Recuperarse de la violencia de género exige reconstruir una vida que ha sido devastada por un "tsunami", un camino de reparación complejo que algunas víctimas emprenden desde cero, en ocasiones junto a sus hijos, en los pocos centros de atención y recuperación integral que hay en España.

El Centro de Atención, Recuperación y Reinserción de Mujeres Maltratadas, gestionado por la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas, ha acompañado durante casi tres décadas en ese proceso a más de 850 víctimas y 800 menores.

Un lugar seguro, ilocalizable, que se convierte en el hogar de mujeres que llegan huyendo del maltrato y que abandonarán el centro, tras 18 o 24 meses de estancia y con un programa personalizado para su recuperación, con las herramientas necesarias para comenzar una vida plena y libre.

"El objetivo es su recuperación como mujeres, como personas, que puedan tener sus capacidades al máximo para disfrutar de una vida independiente y autónoma, desde la libertad y la seguridad. (...) Una vida nueva", explica la trabajadora social del centro, Juana Aguilar.

A este lugar, que funciona con subvenciones públicas, llegan mujeres de toda España -en la actualidad hay 21 residentes con sus hijos, en total 30 menores-, derivadas por cuerpos policiales, juzgados, hospitales o centros de atención a la mujer.

Es un refugio en el que reciben terapia psicológica, formación y orientación laboral para que puedan recuperar su identidad y autoestima perdidas y desarrollar su autonomía.

"Se trata de mujeres que llegan en estado de alerta, que necesitan huir del peligro, del riesgo, que necesitan ser amparadas y protegidas en un contexto de seguridad. A nivel personal están llenas de dudas, de sentimientos de culpa, de tristeza y de fracaso", explica Marta Ramos, psicóloga del centro.

Garantía de seguridad y escucha

El entorno seguro, el estar deslocalizadas, les permite bajar los niveles de alerta, esa "olla a presión de miedo y ansiedad". A partir de ahí, con tiempo, se relajan, empiezan a tomar conciencia de lo que ha sucedido y a contar lo que han vivido, pues necesitan ser escuchadas, creídas y no cuestionadas.

"Todos entendemos que a una víctima de terrorismo que ha sufrido un atentado es imposible sentarla unas horas después y pedirle que nos cuente con detalle qué pasó. (...) Muchas veces su discurso está alterado por el trauma y la mujer necesita tiempo", añade.

Por el proceso violento al que han estado sometidas, se sienten culpables, provocadoras, y las profesionales trabajan para ayudarlas a entender qué es la violencia: "Curar es enseñar", defiende la psicóloga.

El maltratador cuestiona su criterio de realidad, arrasa su autoestima y tira abajo los recursos de resiliencia que las personas reincorporan durante su desarrollo al recibir buenos tratos: autonomía, madurez y seguridad personal.

Las víctimas sienten culpa, pena y durante mucho tiempo está presente la tendencia a la protección del agresor: "Cuando llegan, todas piensan que lo que les ha pasado se debe a que no son lo suficientemente válidas para que las respeten".

La terapeuta explica a las víctimas que el impacto de la violencia machista no es como una tormenta, sino un "tsunami" que todo lo devasta: "Tras sobrevivir, tienes que reconstruir tu casa, pero te das cuenta de que no hay materiales porque el entorno también ha sido devastado".

Son ellas las que tienen que hacer el camino, ir equipando su caja de herramientas con elementos útiles, recursos internos, para hacer frente a una vida nueva.

El perfil de las mujeres que entran en el programa de recuperación es diferente: hay mujeres que huyen de una situación actual de maltrato, otras que hace tiempo que están lejos del agresor pero "no pueden tirar de su vida", algunas acceden cuando son conscientes del impacto que la violencia está teniendo en sus hijos y otras al percibir una escalada en la intensidad de la violencia que padecen.

El programa, además de su recuperación psicológica y emocional, está orientado a que puedan conseguir un trabajo y una vivienda dignos cuando abandonen el centro.

Formación a los hijos

También se da formación a sus hijos en el buen trato, los derechos humanos y cuestiones de género e igualad.

La trabajadora social lamenta que en España existan muy pocas plazas en centros para la recuperación integral de las víctimas de violencia de género.

La fundadora de la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas y directora del centro, Ana María Pérez del Campo, explica que la recuperación de la identidad de la víctima es el trabajo más difícil.

"La gente cree que con que deje al agresor, la cosa está solucionada. Pero tiene que recuperarse integralmente para continuar en una vida libre de maltrato. Dejar de ser víctima no depende de la voluntad de una mujer, sino de la posibilidad de que se la dota de la capacidad para poder hacerlo", sostiene.

Confinamiento

Durante el confinamiento, no se produjeron altas ni entradas y el centro tuvo que adaptarse "con sentido común" a la realidad de la pandemia, rememora la directora técnica, Teresa Simón.

A pesar de las dificultades -el desconocimiento y la falta de recursos-, pusieron en marcha protocolos y las intervenciones terapéuticas no se suspendieron: "El principal objetivo fue velar por la salud de mujeres, niños y niñas".

Fueron momentos difíciles para las residentes, mujeres que habían sufrido en el pasado la violencia aisladas en el ámbito del hogar, ya que esas emociones resurgieron durante el confinamiento, pero el equipo de psicólogas hizo una programación específica para abordar esa gestión emocional.

Y se organizaron actividades lúdicas y se facilitaron los medios para que los pequeños pudieran seguir su formación escolar de manera telemática.

Simón se pregunta sobre la cantidad de mujeres que han sufrido violencia de género en el confinamiento encerradas junto a su agresor, en todas aquellas que no pudieron acceder a centros de acogida cuando lo necesitaban.

"Esperemos que esa violencia deje de estar en la sombra y empiece a salir a la luz. La violencia contra la mujer es la pandemia en la sombra. Necesitamos para ello a los poderes públicos, recursos para ofrecer a las mujeres no sólo una casa de acogida donde solventar el primer momento de peligro, sino donde se le ofrezca una intervención integral para recuperarse del tsunami devastador de la violencia", concluye la directora.