En medio de la mayor crisis sanitaria y económica de la historia de España, el Gobierno aguanta el temporal y el PP se descompone. Esta evidencia no amortiguará los berridos de quienes niegan cualquier mérito a Sánchez y culpan a Podemos de todos los males, a falta de encontrar el vínculo secreto de Luis Bárcenas con Pablo Iglesias. Al otro lado, la decisión irresponsable de dimitir en medio del apocalipsis, que han adoptado Isabel Díaz Ayuso y su rasputín Miguel Ángel Rodríguez, corrige un doble error en las autonómicas y municipales de 2019. El PP pecó de soberbia, Vox y Ciudadanos de bisoñez. El grande está corroído por el óxido, los cachorros de la derecha han espabilado.

El único reparto lógico dos años atrás a la derecha no consistía en ceder vicepresidencias y cargos estratégicos a Ciudadanos y Vox, a cambio de que PP monopolizara las presidencias y alcaldías. Los votos imponían la Comunidad de Madrid para los populares y el ayuntamiento para su marca naranja, o viceversa, pero el temperamento hegemónico impostado todavía detectable en Aznar permitió a los conservadores más veteranos una concentración de poder por encima de sus votos. Nadie discutió aquel abuso por galones con las urnas calientes, pero era inevitable que estallara en cuanto los subordinados percibieran que ayuntamientos y comunidades solo admiten una figura representativa, el número uno. Los palmeros se desgastan más que la oposición.

En contra de la inmunidad del rebaño progresista, Ayuso ha sido valiente al mantener una sombra de liberalismo en las restricciones frente a la Covid. Sin embargo, su dimisión supone una ofensa la ciudadanía de toda España, dado el valor absoluto que se concede a cualquier incidencia que transcurra en la capital. A falta de respuesta de La Moncloa, la presidenta de la provincia decreta que Madrid es zona catastrófica. Una catástrofe, pues todos los partidos sienten terror hoy a medirse con las urnas.