El carisma de Ayuso llega al extremo de que no solo ha disuelto el Gobierno de su comunidad, sino que ha sacudido al ejecutivo español en pleno. Pablo Iglesias deja de ser vicepresidente de un país para aspirar a presidir una provincia, con la garantía de fracasar en el intento. Salvo para los heridos de romanticismo, el creador de Podemos no solo se divorcia de Pedro Sánchez, sino que se retira de la primera línea de la política. Hay precedentes, como el virreinato de Fraga en Galicia, pero cuesta imaginar que Iglesias ha culminado su tarea en apenas un año. Cumplimenta su dimisión antes de cumplir su misión.

Un vídeo de ocho minutos contiene el testamento de Pablo Iglesias, leído por el propio difunto. Vuelve a demostrar que no tiene rival como analista y agitador, pero que se aburre en la gestión. Solo funciona en el rupturismo, sin capacidad de cimentar. Evita deslizar una sola crítica contra Sánchez, pero también le recuerda la obediencia estricta al pacto de Gobierno que le asegura los 35 votos de Podemos en el Congreso. En un indicio de que su divorcio puede ir más allá de lo político, no solo relega a Irene Montero a una posición secundaria en su enumeración, sino que impone a Yolanda Díaz como vicepresidenta segunda del ejecutivo. Y en un exceso populista, la digita como "la próxima presidenta del Gobierno de España". Con permiso de Ayuso, le faltó añadir.

Iglesias determina que la extinción del bipartidismo es definitiva, pero en un solo lunes se ha certificado la defunción de Ciudadanos y Podemos, en tanto que PP y PSOE siguen funcionando bien que malheridos. Antes de enterrar al vicepresidente suicidado en las redes asociales, encuentre a otro político español capaz de enhebrar ese discurso. Solo se desmanda al hablar de "estos criminales", contra quienes "vamos a pelear hasta el final". Claro que los finales de Iglesias llegan casi antes de empezar.