A pesar de la dura vida a la que la tienen sometida su madrastra y sus horrendas hermanastras, la Cenicienta no deja de ser una bella muchacha de carácter alegre. Siempre le encargan las tareas más penosas, pero ella no deja de soñar, y dejando volar su imaginación baila con desparpajo, a ritmo de zapato, mantón, abanico y palillo. Por lo que no es de extrañar que cuando llegue el día de la fiesta y La Cenicienta se cuele en ella, el Príncipe quede deslumbrado por la elegancia y tronío de su danza "por sevillanas".