Un actor se enfrenta al reto de interpretar Ricardo III, el monarca despiadado de la tragedia de William Shakespeare. Lleva toda la vida haciendo papeles secundarios y piensa que merece esta oportunidad. Aun así, considera que el resto del elenco no está a su altura y no le gusta nada de lo que le propone el director. Durante la construcción del personaje, las afinidades entre el actor y el monarca inglés empiezan a aflorar. Los dos son ambiciosos e inteligentes. Como Ricardo III, Joan no se conforma con poco, tiene ansia de poder y no está dispuesto a perder el tiempo con actores blandos, hipersensibles o mediocres. A medida que se entrelazan sus historias de vida, la relación entre el actor, el personaje y el espectador se hace cada vez más estrecha.

¡Shhh! Dice el protagonista: “Me invitan a protagonizar Ricardo III... Me lo merezco. Años y años de remar en piscinas de leche merengada con actores mediocres, papeles secundarios o protagónicos pero en obras de pacotilla hasta que, un día, alguien coloca un escalón a la altura de mis muy destacadas posibilidades. Y ahora sí, ahora compondré un verdadero personaje, maravillaré a quienes vengan a contemplarme, ganaré todos los premios, apareceré en las revistas, y seré el orgullo de mi familia y mi país”. Fascinante la lección interpretativa de Joan Carreras.