El Manual de la Señora de la Limpieza es un decálogo de reglas para sobrellevar el trabajo de vivir para trabajar.

Susi es una limpiadora de mediana edad cuya mejor amiga es el enemigo a batir: Hakima es el demonio. La competencia desleal. Es del grupo de las marroquís. Se sientan en la parte trasera del autobús, son las que revientan los precios.

Nuestra Señora de la Limpieza conduce al espectador con su incontestable sentido común de clase obrera y sus citas de Schopenhauer a una situación incómoda: delante del espejo. El Manual nos asoma al abismo entre el "nosotros" y el "ellos", sin ofrecer soluciones maniqueas ni teñir de buenismo unas relaciones transitadas por el miedo, la rabia, y, ante todo, las ganas de vivir.

El Manual, homenaje proletario a Lucia Berlin, es un patchwork de historias, un texto desvergonzado, hilarante, ácido y colorista transido de música discotequera de los ochenta y de luces de neón. Susi, su protagonista es como esas flores feas que nacen en los bordillos y se conforman porque la belleza también puede estar en los márgenes.

Eso sí, no piensa quedarse callada, que el derecho a la pataleta es gratis, y está dispuesta a cantarle las verdades del barquero al primero que se ponga a tiro.

Y ahí está el espectador -el pobre ha pagado su entrada religiosamente para recibir las balas y dejar que Susi ponga voz, música y humor a todo aquello que casi nadie se atreve a decir.

Por último, y a mi pesar, el Manual es una historia sobre la maternidad, sobre lo mucho que duele y el miedo que da.