Salto. Quiero seguir saltando. Desde todos los lugares posibles, de todas las maneras que puedo y pueda ofrecer. Apuesto por la teoría de Darwin, toda mi vida he creído en ella. Por eso hoy aporto El salto de Darwin de Sergio Blanco.

Esta road teatro que nos lleva de la comedia a la tragedia, que nos enseña la ingenuidad y la perversidad humana, de lo más conmovedor a lo más detestable del ser humano, me atraviesa de tal manera y me conmueve tanto, que siento la necesidad de montarla. Me interesa todo lo que de ella rezuma, el estudio que su autor hace de los porqués de la guerra, que empieza como un juego y que se va pervirtiendo o que ya estaría en nosotros, en esos animales llamados humanos. Al mismo tiempo, se desarrolla una petición de paz con sus saltos, con su ternura, con sus detalles, con su amor por la diferencia, con la compasión y el entendimiento hacia el otro, con un deseo muy concreto de evolución del ser humano. Que esa evolución sea hacia el salto de Darwin. Eso es lo que me hace apostar firmemente por esta completa, lúcida y apasionante obra.

Humor y dolor atraviesan los personajes sin avisar. En un minuto pasamos de la risa al llanto, porque el tiempo es y no es, no existe, es siempre. Porque la Guerra ha sido siempre. Porque la Paz es siempre.

Una familia argentina, como anécdota vital, lleva las cenizas de su hijo y hermano, para esparcirlas por el glaciar. La guerra sucede en ese camino de cenizas, la de las Malvinas, como muerte, la que mató al hijo y hermano, la que mató al soldado. Una guerra absurda, como todas las guerras.

Aparece un ángel, Kassandra, la hermana de los hombres, sacerdotisa de Apolo, la que habla con los muertos y predice el futuro. La que servirá para limpiar, para curar, para restablecer a esa familia y que puedan por fin regresar a casa en calma.

Pido a todos que saltemos con esta obra de teatro. Ruego por ello. Saltemos todos. Que todos abracemos la PAZ.