Nacionalidad: EE.UU. Producción: Dickhouse Productions-MTV Films-Paradise FX Corp. 2010. Director: Jeff Tremaine. Guión: Preston Lacy. Fotografía: Lance Bangs, Dimitri Lyashkevich y Rick Kosick. Intérpretes: Johnny Knoxville, Bam Margera, Steve-O, Chris Pontius, Ryan Dunn, Preston Lacy, Jason "Wee Man" Acuña, Ehren McGhehey, Dave England, Loomis Fall, Tony Hacek. 94 minutos.

Parecía imposible, pero llega todavía más lejos que las dos películas precedentes en su estridente menú de locuras y salvajadas, con deliberada tendencia a rebasar todas las fronteras del mal gusto y de la vulgaridad.

Con la novedad de un 3D que no supone más que una discutible renovación de su factura visual, esta sucesión de bromas pesadas, exhibiciones de deportes de riesgo y de recursos escatológicos, a veces con el truco de la cámara oculta, está exclusivamente destinada a su incondicional parroquia habitual, aunque incluso en estos ámbitos hay que armarse de valor para poder soportar secuencias que ponen a prueba la capacidad de tolerancia del auditorio.

La idea de trasplantar a la pantalla grande un programa de televisión de la cadena MTV de notoria audiencia ha rebasado, con mucho, las expectativas de sus creadores. De este modo las provocadoras y chabacanas situaciones concebidas por la pandilla formada por Johnny Knoxville y sus allegados cobran de nuevo vida.

Esta tercera entrega conserva a los mismos responsables, desde el director Jeff Tremaine hasta a los actores, si es que puede llamarse así, que hacen las veces de señuelo para que hagan vivir un infierno a incautos individuos desprevenidos. Eso sí, buena parte de los propios miembros del clan se juegan el físico, especialmente sus órganos sexuales, en piruetas, saltos y exhibiciones que denotan una imaginación enfermiza.

Con momentos tan repugnantes como beber el sudor de un miembro del clan, empaparse de las deposiciones acumuladas en una cabina pública, hacer sonar instrumentos de viento con ventosidades o, por citar solo una cuantas de un repertorio muy numeroso, jugar al ping pong con el pene, el panorama se va conformando, obligando a apartar la vista de la pantalla.

Es lo que se pretendía y aunque a veces la cosa arranca la sonrisa su ética queda, sin duda, en entredicho.