El director Eduardo Casanova (Madrid, 1991) visita Sitges vestido de rosa de pies a cabeza, el mismo color que compone la paleta cromática de su última película, ‘La piedad’, fascinante melodrama con fugas al fantástico capaz de ser premiado en un festival de ’auteur’ como Karlovy Vary o uno de género desprejuiciado como el Fantastic Fest de Austin. El que un día fuera Fidel en la serie ‘Aída’ es hoy una de las voces más originales e intrépidas de nuestro cine, como lo demuestra ‘La piedad’, donde retrata el sofocante vínculo de dependencia entre una madre (Ángela Molina) y su hijo (Manel Lunell), al que diagnostican un cáncer, mientras en paralelo se desarrolla una drama familiar ambientado en la Corea del Norte de Kim Jong-il. Las relaciones materno-filiales, la dependencia enfermiza y el miedo a la libertad, en un filme desaforado, deslumbrante e incomparable, al filo del derrapaje, que compite -con posibilidades de dar la campanada- en la sección oficial de Sitges.

¿Qué supone para usted haber ganado en dos festivales tan, en principio, antitéticos como Karlovy Vary y Austin? Y ahora está aquí, en Sitges.

Un recorrido curiosos, sí. A los programadores de los festivales les ha pasado un poco lo que le pasa al espectador cuando ve la película y lo que le suele pasar a la gente cuando me ve a mí: que no sabe dónde meternos, por esa cosa de ser inclasificables. Pero es positivo haber funcionado en sitios tan diferentes con un melodrama fantástico. Tiene algo de justicia poética. A mí me gusta.

‘La piedad’ pone el foco en una relación materno-filial enfermiza, pero también sobre la toxicidad de cierta dependencia entre personas.

La película va sobre la búsqueda de la libertad y darte cuenta de que no existe. Como cuando estás en una relación y tienes ganas de dejarlo pero no eres capaz. Nos ha pasado a todos: estás con alguien, quieres dejarlo, luchas, lo consigues y… te encuentras fatal. Libre, pero fatal. Y de eso hablo en ‘La piedad’: no sé si a todo el mundo le ha pasado, pero a mí sí. He hecho la película para que eso, ojalá, pueda cambiar en mí.

¿Cuánto hay de autobiográfico en el filme? Todo transmite un aire tan personal que da la impresión, quizá falsa, de que es usted el alter ego del personaje protagonista.

Hay mucho de mí en la película. Está escrita y pensada desde un punto de vista muy personal y todo lo que dirijo al final se acaba contaminando un poco de mí, para bien o para mal. Todo está inspirado en mí, en mis relaciones, mis temores, mis dolores. Aunque hay tanto de mí en el personaje del hijo como en el de la madre.

"No concibo la vida sin el cine, sin rodar. Me ha salvado la vida varias veces"

¿El dolor, el sufrimiento, es uno de sus motores creativos?

Es una pregunta un poco para el 'Sálvame', pero sí. Yo creo desde el dolor. Me atormentan muchas cosas. Y me gusta plantear la creación artística desde las cosas que no he podido solucionar. Así me ayuda a solucionarlas. No concibo la vida sin el cine, sin rodar. Me ha salvado la vida varias veces.

¿Por qué esa historia en paralelo con la familia Corea del Norte y la figura del dictador Kim Jong-il?

Uno de los mayores miedos que tengo es la muerte. Y de alguna forma, la maternidad tiene que ver con ese miedo. Uno tiene un hijo por muchos motivos, pero también para permanecer eternamente en el mundo, incluso cuando ya no estás. Es el instinto de supervivencia. Y con los líderes políticos y dictaduras sucede un poco lo mismo: el líder fallecido sigue siendo padre de la nación y de algún modo perdura para siempre. También tiene que ver con mi trabajo como director.

¿Tiene afán de perdurar?

Inconscientemente, creo que hago cine para que cuando muera siga aquí de alguna manera. Es egoísmo y egocentrismo, pero es algo profundamente humano.

¿Teme que pueda resultar ofensiva la comparación que hace entre ciertas relaciones materno-filiales y la dictadura norcoreana?

Por supuesto que me preocupa, porque soy una persona feminista. Me atrevería a decir feminista radical. En este sentido, no hablo de las madres en general, ni de la maternidad, sino de una mujer que es madre. No pienso que todas las mujeres que deciden ser madres son así. De hecho, en la película hay otros tipos de mujer y madre muy diferentes al que representa el personaje de Ángela Molina. Tampoco he querido dar a entender que la mujer tenga la obligación, el derecho, el deber de ser madre. La mujer puede hacer lo que le salga del coño.

Eduardo Casanova (en en centro), con Macarena Gómez, Manel Llunell, Ana Polvorosa y Songa Park, durante la presentación de 'La piedad' en Sitges. EFE

¿De dónde le viene esa fascinación estética por el régimen norcoreano?

Estudié cine en San Antonio de los Baños, en Cuba. Me empezó a interesar mucho la figura de los líderes. La idea de liderazgo me perturba mucho. También me interesa mucho la complejidad del ser humano y los dictadores son personas bastante complejas. En concreto, me interesa Kim Jong-il porque su dictadura fue terrorífica y peculiar. Estaba obsesionado por el cine y construyó su país, la capital, como un plató de cine gigantesco. Y de repente yo hago un poco lo mismo. La diferencia es que yo no mato a nadie, claro.

"Creo que los maricones podemos hacer muy buen cine de terror porque sabemos perfectamente lo que es el miedo"

El cine de género, por lo general, ha sido rodado por hombres, aunque en los últimos tiempos hay cada vez más miradas femeninas muy enriquecedoras. ¿Hasta qué punto cree que es necesaria la mirada ‘queer’ en el cine de género, en el cine de terror?

Es muy necesaria. Mucho. Creo que hay directoras de genero increíbles, como Julia Ducournau o Carlota Pereda. Pero es una obviedad decir que nos faltan más mujeres haciendo películas de género. El cine de terror, los grandes maestros a los que estamos acostumbrados, no solo no son mujeres, sino tampoco personas LGTBI. Y a mí, como persona LGTBI, me apetece hacer una película que no trate solo temas ‘queer’, sino que sea de terror, porque mi lucha como persona es intrínseca a cualquier historia que cuente. Creo que los maricones podemos hacer muy buen cine de terror porque sabemos perfectamente lo que es el miedo.

Su cine es muy personal, pero querría preguntarle si tiene algún espejo en el que se mira, o se ha mirado.

Cuando escribo y dirijo, intento no mirar demasiado a otros porque ya está hecho y quiero darle al público algo nuevo. Me fascinan el humor de Todd Solondz, la oscuridad de Polanski, el talante punk de John Waters. Pero no son referencias para mi creación. Mi referencia es la vida real, que es exactamente lo mismo que detesto. La vida es tanto mi referencia como mi temor. Supongo que es difícil creer que mis películas se basen la realidad y luego lo pinte todo de color de rosa. Pero es así.

¿Por qué su fijación por el rosa? En su ópera prima, ‘Pieles’, era la paleta de color dominante.

Todo en mi cine gira en torno al rosa. Es un color estigmatizado, el que más problemas tiene. Y siempre suelo dar la mano al que más problemas tiene. Es como darme la mano a mí mismo.

"Siempre tendrán preferencia para ver mis películas las personas más democráticas, pero si alguien de VOX está interesada en verlas, yo le aplaudiré"

Debo preguntarle por la polémica generada en redes tras su declaraciones en una entrevista en las que decía que no quería que los votantes de VOX vieran ‘La piedad’. ¿Se arrepiente?

En absoluto. No me puedo ni debo arrepentir de lo que digo o pienso. Siempre tendrán preferencia para ver mis películas las personas más democráticas, pero si alguien de VOX está interesada en verla, yo le aplaudiré.

¿Le duele haber acabado siendo tendencia en Twitter, como le sucede a Samantha Hudson cuando lanza alguna de sus invectivas a la ultraderecha?

Mira, un día el presidente del partido de ultraderecha español decía en una entrevista que no creía en colectivos, pero que había personas homosexuales en su partido. En fin, los maricones podemos estar en todos los sitios. Ahora bien: hay que tener cierta intuición y saber en qué sitios vamos a estar más seguros. Pero derecho a estar en todos los sitios, tenemos.