Convierte la lucha cuerpo a cuerpo, aunque sin escatimar cualquier tipo de armas, en el objetivo fundamental de la trama, dejando al respecto un aluvión de secuencias violentas que alargan su metraje hasta niveles harto exagerados. Con ello no se redime una cinta que en síntesis no es otra cosa que el enfrentamiento entre el antihéroe de turno y un ejército de enemigos que están empeñados en acabar con él, pero satisfará plenamente a quienes han encontrado en una lucha permanente salpicada de sangre y de muerte el verdadero leit motiv de la cinta.

Pocos podían pensar, tras el grisáceo estreno de la primera aventura de John Wick, Otro día para matar (2014), que apenas circuló por los cines españoles, que la serie de marras iba a mejorar su suerte de forma tan drástrica. Es más, ya la segunda parte Pacto de sangre (2017) demostraba que había futuro para este filón.

Es de esta forma que el actor Keanu Reeves ha visto cómo se ha multiplicado su caché y sus alicientes, tan mermados desde la saga Matrix. Lo cierto es que un tipo como John Wick se ha visto de la noche a la mañana encabezando las listas de recaudaciones y haciendo de su personaje, un cazarrecompensas erigido en asesino a sueldo capaz de desarticular a todo un ejército de sicarios, un prototipo del antihéroe sin el más mínimo escrúpulo para matar.

En Parabellum, Wick ha de hilar muy fino para que se haga factible la derrota de un enemigo pertrechado de armas y con un equipo de especialistas a fondo pisándole los talones.

Se ha rodado en Nueva York y en exteriores en Marruecos, con bellas imágenes de las dunas del desierto y una artificiosa Casablanca.

La buena acogida de lo que hasta ahora es una trilogía ha motivado que se mantengan en el equipo numerosos nombres, desde el propio Reeves y Laurence Fishburne hasta Ian McShane y el director Chad Stahelsky, pero también que se hayan incorporado Halle Berry y Angelica Huston. Si algo queda claro es que los excesos y la violencia como espectáculo llegan a aburrir en diversos momentos.