El alza de los precios de una buena parte de los alimentos ha alcanzado también al aceite, tanto al de oliva como, sobre todo, al de girasol, afectado de forma más intensa por las consecuencias de la guerra en Ucrania. Pero pocos consumidores pueden prescindir de uno de los productos básicos de su dieta, aunque el bolsillo se resienta un poco más. Lo que sí se puede hacer es optimizar su uso en la cocina. Conocer las aplicaciones de estos dos tipos de aceite, así como de los subtipos de aceites de oliva, nos puede ayudar no solo a ahorrar sino también a sacar el máximo partido a nuestros platos, dándoles el toque exacto que cada uno requiere.

Aceite de oliva virgen extra

Más allá de consideraciones personales, no hay duda de que el aceite de oliva virgen extra destaca por encima del resto por sus excelentes propiedades nutricionales. Numerosos estudios han puesto ya de relieve su valor alimenticio. Además, en la cocina se puede utilizar prácticamente para todo. También para freír, en contra de algunos mitos que sostienen lo contrario.

Respecto a esta grasa monoinsaturada que es el auténtico oro mediterráneo, también hay que distinguir entre las que se venden sin etiquetas y las que están elaboradas a partir de un único tipo de oliva. Los aceites conseguidos a partir de aceitunas hojiblanca o arbequina, por ejemplo, aportan un toque más suave, mientras que las variedades cornicabra o, sobre todo, picual, se caracterizan por un sabor más intenso.

El aceite de oliva virgen extra se puede utilizar para todo tipo de recetas, aunque quizá dónde mejor se aprecie su sabor sea en los platos crudos, como en tostadas o ensaladas, así como en cremas o sopas frías, y en salteados.

Otros tipos de aceite de oliva

Además del virgen extra, que tiene una acidez menor a 0,8%, también existen el aceite de oliva virgen, elaborado como el virgen extra a partir de un 100% de zumo de aceituna, pero de mayor acidez –menor o igual a 2%– y características algo inferiores, y el que se comercializa como aceite de oliva a secas –de acidez superior 2%–, que es una mezcla aceites refinados y vírgenes o vírgenes extra.

Estos tipos pierden propiedades nutricionales con respecto al virgen extra, pero el hecho de que sean claramente más baratos hace que su uso sea muy común. Allí donde el aceite no sea el protagonista del plato, pueden ganar terreno. Especialmente si queremos, a la vez, ahorrar a la hora de hacer la compra. Además, en función de los sabores que queramos resaltar en nuestras recetas, pueden convertirse en ocasiones en la opción más apropiada.

Aceite de girasol

El aceite de girasol, una alternativa al aceite de oliva. Shutterstock

La principal diferencia del aceite de girasol con respecto al aceite de oliva es la mayor presencia en él de ácidos grasos poliinsaturados, lo que lo hace menos saludable. Pero, aunque siempre será preferible el de oliva virgen extra, el precio –al menos hasta el estallido de la guerra de Ucrania por la invasión de Rusia– puede hacer que nos decantemos por el primero. Y no solo eso, ya que en algunas recetas podemos llegar a preferir los resultados que ofrece. Todo depende de lo que busquemos en la cocina. Este tipo de aceite, por ejemplo, aporta menos sabor al preparar rebozados o empanados. Y también es recomendable si lo que queremos es hacer mayonesas y otras salsas suaves.