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Denigrante

Lina Morgan.

Estábamos compungidos con la muerte de Verónica Forqué, entonando meas culpas (algunos tan atrevidos los lanzaban a la mismísima televisión pública por haberla dejado participar en el programa de marras) cuando a mí se me vino a la cabeza, de inmediato, el programa de La 1 Lazos de sangre, contra el que nadie dice una palabra por encima de otra, y que me parece perverso. No lo suelo ver, pero seguí con atención el dedicado a Lina Morgan, y encontré lo que esperaba, una especie de Sálvame, envuelto en papel celofán, cuyo objetivo era desvelar detalles acerca de la sexualidad de la supuestamente homenajeada. ¿Era lesbiana? ¿Alguien podía aportar algún detalle novedoso sobre algún amor en su vida? Así durante más de dos horas. Un formato de la televisión pública hurgando en la vida privada de una de las celebridades nacionales, en su sexualidad, su enfermedad y su muerte; realmente vomitivo.

Si al menos el shock que ha producido la desaparición de Verónica Forqué sirve para que se visibilice el tema del suicidio en los medios, insistimos, la primera causa de muerte no natural, por delante de los accidentes de tráfico, algo habremos avanzado. No me cabe ninguna duda que la muerte de Verónica y sus circunstancias van a marcar un antes y un después en la historia del tratamiento de los realitys televisivos, y de las redes sociales que los alimentan.

Estoy muy de acuerdo con lo que el lúcido guionista Sergio Fanjul volcó en ellas pocas horas después del suceso: «Forqué se convirtió en una precisa metáfora de los ciudadanos atrapados en el capitalismo asalvajado: empujados a la competición, a la persecución de nuestros sueños, al esfuerzo sin descanso, cayendo finalmente en la ansiedad, la depresión, el desánimo, la apatía. Algunos desean abandonar». El plató y la vida.

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