El programa "¡Boom!" de Antena 3 recordó en su emisión de este jueves durante una de sus pruebas un dato biográfico sobre la escritora Sylvia Plath que no muchos conocían. Por suerte para el equipo de los Sindulfos, Jesús, uno de sus integrantes, sí. Y lo hizo recordando una referencia cinematográfica.

Después de perder el dinero de la bomba de cristal, este grupo de concursantes tuvieron que afrontar su última bomba negra, para la que hicieron uso de la ventaja que habían obtenido con anterioridad y eligieron tema. Como son unos expertos en literatura, los Sindulfos escogieron la temática "escritoras".

La pregunta que les planteó el presentador Juanra Bonet fue sobre Sylvia Plath, la escritora y poeta estadounidense que se quitó la vida en 1963 a los 30 años de edad y ganó el Premio Pulitzer póstumo en 1982 por sus "Poemas completos".

Los concursantes debían elegir, entre cinco datos sobre su vida, cuál era el verdadero. Las posibilidades eran las siguientes:

  • "Tradujo al inglés las rimas de Bécquer"
  • "Tuvo un romance con Manolete"
  • "Pasó su luna de miel en Benidorm"
  • "Se carteó con Gloria Fuertes"
  • "Escribió un poema sobre el gazpacho”

Los concursantes de "¡Boom!" durante la prueba

Fueron descartando hasta que, cuando quedaban solo dos, Jesús recordó que Isabel Coixet había evocado en su última película "Nieva en Benidorm" la figura de Sylvia Plath. Aunque el participante no dio más detalles, en la película aparece una policía obsesionada por la presencia de Sylvia Plath en los años cincuenta en Benidorm.

Su buena memoria hizo a su equipo acertar y ganar la prueba.

La luna de miel de Sylvia Plath en Benidorm

Por Elena Hevia

Su paso por la ciudad de los rascacielos del Levante español quizá fue el momento más luminoso de su tormentosa vida. Su estancia como recién casada en Benidorm no es uno de los episodios que más se suela recordar de la poeta norteamericana.

El imaginario trágico la dibuja como objeto de depresiones y electroshocks o en el difícil y complejo equilibrio de ser a la vez madre y creadora (algo casi imposible en los años 60) y finalmente –abandonada por su marido el poeta británico Ted Hughes– suicida e icono feminista. Su poesía vivencial y desgarrada también contribuyó a ello. Pero lo cierto es que en su luna de miel, muy lejos de todas esas tristezas pasadas y futuras, Plath pasó cinco semanas en la población alicantina. Y fue feliz.

Así la recuerda Isabel Coixet, fiel lectora suya, que en su película "Nieva en Benidorm" evoca el paso de la autora norteamericana como una especie de fantasma inspirador de la crisis existencial de sus personajes. «Después de leer su diario, quería atrapar ese momento en la película, que ella describió como de plena felicidad, ese contento que te hace creer que todo es posible, que todo estaba por hacer en su vida», explicó la directora, que la ha querido rescatar así de todo el proceso autodestructivo a la que la llevarían sus demonios y un matrimonio que imaginó perfecto pero acabó en tragedia.

En 1956, Benidorm apenas contaba con 3.000 habitantes y cuatro hoteles mal contados. Hacía solo unos meses que se había aprobado el plan urbanístico impulsado por el alcalde Pedro Zaragoza, padre de la especulación inmobiliaria y de la ciudad vertical que muy poco después empezaría a levantarse allí. Tan solo dos años antes y ante la afluencia de extranjeros (alemanes y franceses, especialmente) decidió pedir audiencia a Franco para que resolviera un problema nada menor.

El arzobispo de Valencia amenazaba con excomulgar al alcalde que había dictado una orden municipal para despenalizar el uso del bikini en las playas locales. El alcalde lideraba Falange en la zona de Alicante pero los intereses económicos pesaban más que la ideología o la moralidad pacata. A Zaragoza le gustaba contar –aunque algunos ponen en duda el hecho e incluso la visita– que se tragó los 465 kilómetros hasta Madrid a lomos de su vespa.

Al parecer, el dictador, asombrado ante la cuenta de dividendos presentada y con la esperanza de que el turismo incipiente creciera exponencialmente –desarrollismo obligaba–, habría apoyado al alcalde en su decisión de prohibir a la guardia civil las multas a las turistas en traje de baño de dos piezas y sí a los viandantes machirulos que se metían con ellas. Con respecto al arzobispo, este cerró la boca y no se volvió a hablar de excomuniones. Sí, Benidorm fue junto con Ibiza y Marbella ese lugar en el que el bikini se codeaba con ancianas vestidas de riguroso negro tirando de un burro.

A ese paraíso de charanga y corrupción que bien podía haber retratado Berlanga llegaron sin apenas dinero en el bolsillo la poeta y su marido. Él era considerado un prodigio, bendecido como el aventajado alumno de luminarias como T. S. Eliot o W. H. Auden. A ella tuvo que ser la muerte la que refrendara su talento puesto que Ariel se publicó póstumamente y póstumo fue también su premio Pulitzer. La pareja llegó a Benidorm de rebote.

En realidad, Hughes intentó encontrar trabajo en Madrid en una academia de idiomas, pero a la espera de que la oferta cristalizase, lo que no acabó sucediendo, se tomaron un respiro en la costa, no solo con la intención de disfrutar del sol y de la tranquilidad, que también, sino de encontrar sobre todo el perfecto aislamiento para escribir. Cada cual lo suyo.

La diferencia entre ambos es que Plath, que trabajaba incansablemente y luchaba por darse a conocer, aceptaba a la vez el tradicional papel de ama de casa. En Benidorm, su primera experiencia conyugal, quedó muy claro quién tenía que encargarse de la cocina y de evitar al gran poeta –ella se consideraba inferior– las molestias domésticas.

Circula la leyenda de que Plath fue la primera en ponerse en bikini en las playas de arena fina de Benidorm, pero las fechas no cuadranCorren fotos de la autora con un bikini blanco, como una alegre pin-up y no la mujer torturada que traslucen sus poemas. Pero en realidad las imágenes corresponden a su estancia dos años antes en Cape Cod, en su Massachusetts natal. Así que nadie sabe con qué tipo de traje se bañó. ¿Importa? No.

Burros, cabras y barcas

Ella escribió allí artículos para revistas que describían el pintoresquismo del lugar, con carros tirados por burros, rebaños de cabras negras atravesando las calles y barcas de los pescadores. También realizó varios dibujos a tinta sobre el terreno. «Tan pronto como divisé aquel pueblecito… y vi aquel mar azul centelleante, la limpia curva de sus playas, sus inmaculadas casas blancas y calles, sentí instintivamente que ese era nuestro lugar en el mundo», escribe a su madre.

"Nos cansó mucho el viaje, pero en gran medida fue divertido. Disfruté la última semana en Benidorm más que ninguna hasta la fecha, como si estuviera despertándome a la ciudad, deambulé con Ted haciendo bocetos detallados con pluma y tinta, mientras él leía, escribía o meditaba sin más, sentado a mi lado", le decía Plath a su progenitora en una carta escrita en 1956.

"Espera a ver estos pocos de Benidorm; los mejores que he hecho en toda mi vida, líneas y sombreados muy marcados y refinados; asuntos muy difíciles también...".

Uno de los dibujos que Sylvia Plath hizo en Benidorm

Explica que primero alquilaron una habitación en casa de una viuda, frente al mar (la que describe Carmen Machi en la película de Coixet) donde cocinaba en un hornillo de petróleo y los turistas la veían teclear en la terraza. En su diario (publicado por Alba Editorial en 2016) describe a los otros inquilinos de la finca como «unos españoles bastante guarros». Después, todo el mes siguiente, se trasladaron a una casa algo más apartada de la primera línea de playa, en la calle de Tomás Ortuño, donde consiguieron la ansiada tranquilidad.

Los cuatro poemas que la autora escribió allí son menos íntimos que su posterior producción y tan descriptivos como sus artículos o sus dibujos. La feliz recién casada hablaba de lo que veía en 'Las remendadoras de redes' y 'Los mendigos' o lo que comía –'Melones de fiesta'– y finalmente, en 'Partida', se despide del lugar: «El dinero se acaba y la naturaleza, al percibirlo, acrecienta sus amarguras».

A mediados de agosto, la pareja regresó a Inglaterra y al inicio del desamor. Hoy en Benidorm no hay una placa o un monumento que recuerde el paso de la gran poeta a las oleadas de turistas que se tostaban y se tostarán al sol.

Como indica Pasqual Almiñana, filólogo y profesor de instituto, que ha dedicado mucho tiempo a buscar las huellas de Plath en Benidorm y llegó incluso a asesorar a Coixet sobre el terreno: «Apenas nadie sabe que estuvo aquí. No ha habido el mínimo intento oficial de recordar a Sylvia Plath. Los chalets donde vivió fueron derruidos y hoy son edificios urbanos. El mundo rural que dibujó ya no existe. Nada de lo que ella vio entonces ha permanecido. Tan solo los trazados de las calles, la isla y la playa».

Sylvia Plath y la cocina

Por Luis M. Alonso

Se considera a la poeta Sylvia Plath como la víctima de un suicidio trágico o una mártir feminista condenada a la asfixiante vida de ama de casa. Sin embargo, leyendo sus diarios y cartas, podemos comprobar que le gustaba cocinar y comer y que, a menudo, dedicaba tanto tiempo a preparar platos para su marido, Ted Hughes, como a escribir. Solía maldecir la esclavitud doméstica pero no se privaba de divulgar recetas. Cocinar era, a menudo, una distracción cuando la escritura se bloqueaba, en los períodos de embarazo y simplemente en los momentos que huía de cualquier reto intelectual.

Plath pasó a ser un mito romántico, igual que James Dean, Marilyn Monroe y otras figuras malogradas. Encarnó una especie de feminismo místico: el maltrato psicológico que sufrió por parte de su marido la hizo mártir a los ojos de muchos. Era una buena poeta pero había otros buenos poetas en el siglo XX con vidas menos trágicas que no fueron tomados de la misma manera en serio. No es un menoscabo hacia su enorme talento literario admitir que el mercadeo con su intimidad en conflicto con los valores domésticos ha interesado a lectores mitómanos mucho más que su propia obra. Las intimidades reflejadas en sus conmovedores y lúcidos diarios forman parte nuclear de su bibliografía. La edición completa de Karen V. Kukil, que abarca un período de vida enlatada, de julio de 1950 a 1962, desde los 18 años, cuando aún era estudiante de literatura inglesa, hasta seis meses antes de morir, la publicó hace unos años Alba.

Estos diarios son la prueba de su inagotable grafomanía. Plath podía escribir de cualquier cosa en cualquier momento: resfriados, náuseas, calambres, una idílica luna de miel en Benidorm, o el derrumbe de su matrimonio. Son especialmente intensas las descripciones del dolor juvenil tras su primer intento de suicidio; el encuentro y el posterior desencuentro con su marido, que se entretiene con las alumnas, y como ya hemos anticipado en las primeras líneas la continua lucha interior de una mujer que quiere escribir y no sabe cómo liberarse de otras tareas en un mundo que para ella ya estaba muerto sin que hubiera nacido el que deseaba para vivir. Su yo la acabaría derrotando antes de tiempo.

Sylvia Plath y la comida

A lo que íbamos; la comida forma parte importante de su obra. En la novela La campana de cristal el lector sigue la caída de Esther Greenwood, cuya mente se hunde más y más en la depresión. La única fuente de placer casi constante de la protagonista se halla en la comida. En su experiencia en Nueva York abundan los aguacates rellenos de cangrejo y el caviar. La gastronomía no solo le sirve de vía de escape sino como una especie de opción de vida. La diferencia con ella estriba en que cuando elige caviar y pollo, los aguacates rellenos no desaparecen de la mesa. Siguen estando ahí. Hace años leí en un artículo de The Guardian, a propósito de esa pulsión culinaria de la autora norteamericana, cómo mientras escribía su famoso poema Lady Lazarus tenía una tarta de limón en el horno; o cómo cuando creó Death & Co. preparaba a la vez su pastel de sopa de tomate. Por las múltiples referencias a él da la impresión de que jamás dejó de cocinarlo.

Picado por la curiosidad me puse a buscar la receta. Creo que he dado con ella. Hay que saltear cebollas en mantequilla hasta dorarlas algo más de la cuenta; agregar carne de ternera picada, ajo y albahaca; espolvorear con sal y pimienta, y una pizca de macis. Subir el fuego de medio a alto; agregar la sopa de tomate (de las envasadas, Campbell es la mejor que conozco) y cocinar a fuego lento durante diez minutos. Dejar enfriar. Precalentar el horno a 190 grados, cubrir un molde con masa, humedecer los bordes con agua fría y rellenar la base del pastel con la mezcla de carne. Tapar con otra hoja de pinchada para lograr aire, untar con mantequilla y hornear durante una hora. Mi curiosidad no alcanza más; cocina de ama de casa americana de mediados del siglo pasado típica de un clásico de todos los tiempos como es Joy of Cooking.

Aparentemente no hay nada poético en ello, pero lo primero que hizo Plath cuando se fue a vivir a Inglaterra fue pedirle a su madre que le mandara un ejemplar del libro; lo extrañaba más que cualquier otro. «En lugar de, por ejemplo, estudiar a Locke voy a hacer un pastel de manzana o a repasar The Joy of Cooking, leyéndolo como si se tratara de una novela», dejó anotado aquella poeta depresiva que, invocando sin pretenderlo el humor más negro, eligió la cocina de su casa de Londres para suicidarse, inhalando gas, cuando la vida había dejado ya de ofrecerle opciones y ella estaba cansada de enfrentarse al dilema entre el trabajo y la propia existencia, que todavía hoy atenaza a demasiadas mujeres.