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Cuenta atrás del festival

Sobredosis de baladas: ¿Eurovisión ha dejado de ser petarda para ponerse solemne?

Un repaso a los 25 finalistas del festival revela una presencia masiva de baladas o canciones de vocación elevada, con apenas espacio para las propuestas más lúdicas o atrevidas

Achille Laura y su guitarrista Boss Doms durante la intepretación de ’Stripper’ en la segunda semifinal de Eurovisión. Reuters

La sonada eliminación de San Marino en la segunda semifinal de Eurovisión dejó al festival huérfano de una de las propuestas más asombrosas de su historia. Tocado con sombrero de cowboy y enfundado en un mono transparente de Gucci, Achille Lauro enloqueció a la audiencia del Pala Alpitour de Turín con su beso en la boca al guitarrista Boss Doms y, sobre todo, con su baile final a lomos de un toro mecánico tapizado con capitoné rojo. Un monumental espectáculo de fuego y brilli-brilli que, sin embargo, quedó fuera de la final, como en la primera semifinal había sucedido con la intimidante Ronela Hajati, representante de Albania, cuya rotunda 'Sekret', cargada de ritmos folclóricos y gestualidad subida de tono -manos a la entrepierna incluidas- fue privada del éxito antes de tiempo para enfado monumental de sus muchos eurofans.

¿Está dejando de ser moderna y atrevida Eurovisión, cuando siempre, o casi siempre, había sido el último paraíso de un modo lúdico y desprejuiciado de vivir la música? Un repaso a los 20 finalistas surgidos de las dos semifinales revela una presencia masiva de baladas o canciones de vocación elevada, cuando no severa, encabezadas por las excepcionales ‘Brividi’, de Mahmood & Blanco (Italia), ‘Hold me closer’, de Cornelia Jakobs (Suecia), ‘Saudade, saudade’, de Maro (Portugal), ‘De diepte’, de S10 (Países Bajos) y ‘Not the same’, de Sheldon Riley (Australia), temas sobre el desamor, la ausencia, la angustia juvenil o el acoso escolar con poco o nulo espacio para la frivolidad, el jolgorio y la purpurina que solemos asociar a la marca Eurovisión. 

En un año que podría parecer predispuesto a la luz y el desenfreno, tras dos años largos de pandemia y la oscura invasión de Ucrania en la habitación de al lado, la edición 2022 ha perdido por el camino buena parte de sus propuestas más petardas, refrescantes y divertidas. En la primera semifinal salieron por la puerta de atrás, además de la citada Ronela Hajati, dos canciones de ameno estilo disco-vintage, ‘Eat your salade’, de City Zeni (Letonia) y ‘Disko’, de LPS (Eslovenia); un homenaje al viejo rock duro a lo Michael Schenker, ‘Intention’, de Intelligent Music Project (Bulgaria); o una saltarina revisión del mejor rock de chicas, ‘The show’, de Reddi (Dinamarca). Algo similar sucedería en la segunda semifinal, cuando el voto del jurado y el popular castigó, además del 'Stripper' de Achille Lauro, el (muy eurovisivo) himno LGTBI ‘I.M.’, de Michael Ben-David (Israel), y el luminoso cañonazo pop ‘That’s rich’, de Brooke (Irlanda). Ni mejores ni peores, pero capaces, en un momento dado, de sacar del tedio si la ceremonia del sábado se acaba poniendo espesa a base de hiperbaladas y grandes ambiciones argumentales.

Adiós a las 'divas de ventilador'

De las 25 canciones que competirán este sábado en Turín para conquistar el preciado Micrófono de Cristal, apenas ocho (al margen, por supuesto, de la agitada ‘SloMo’, de Chanel) salen del canon de la balada o el ritmo cocido a fuego lento: el himno rock ‘Jezebel’ de The Rasmus (Finlandia), la resultona ‘Llámame’, de WRS (Rumanía), el infeccioso 'hit' electro-pop ‘Lights off’ de We Are Domi (República Checa) y el bromista juguete disco-pop ‘Give that wolf a banana’, de Subwoolfer (Noruega). Aparte, claro, de las tres propuestas de marcado carácter folclórico: (la favorita) ‘Stefania’, de Kalush Orchestra (Ucrania), ‘Fulenn’, de Alvan & Ahez (Francia) y ‘Trenulețul’, de Zdob și Zdub & Frații Advahov (Moldavia), esta última, única concesión a lo naíf y entrañable de todo el festival.

Otro detalle: después de haberse convertido en grandes iconos del festival en las últimas dos décadas, las llamadas ‘divas de ventilador’ parecen haber entonado el canto del cisne en Eurovisión-2022. Ya saben: mujeres de voz espectacular y actitud demoledora, poderío escénico, sonoridad mediterránea y, sobre todo, melena al viento: la chipriota Ivi Adamou, la azerbayana Safura, la ucraniana Ani Lorak o las griegas Kalomira o Helena Paparizou, por elegir un repóquer de estrellas de otro tiempo. Este año la oferta de divas ya iba a la baja, apenas Andromache (Chipre), la citada (de nuevo) Ronela Hajati, y, lejos ya de los habituales ramalazos étnicos, Emma Muscat (Malta).

Lo cual deja sola, en la subcategoría del golpe de cadera, a… Chanel.

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