Qué duda cabe que el sentido del humor es un concepto personal e intransferible. Ante un mismo sketch uno puede revolcarse y el de al lado quedarse frío. Confieso que esta semana he vivido uno de esos momentos televisivos que me hizo llorar de risa. Sucedió cuando Raúl Pérez, el mejor imitador del siglo XXI, se hizo pasar por trasunto de José Manuel Soto. No le faltaba detalle. La muñequera en forma de lacito con la bandera española. Hasta el micro de corbata con los colores de la rojigualda. El pelo repeinao y, apoteosis de la caricatura, una canción-himno en el que ante una letra tan imposible no tenías más remedio que refocilarte.

Gracias a un equipo de guionistas que después del jet lag vacacional vuelven a rendir como en el mejor momento.

Por contraste, confieso que no sentí estímulo alguna durante el visionado de 'Tiempo después', esa especie de secuela de 'Amanece que no es poco' con la que José Luis Cuerda ha decidido volver a las pantallas. Le animó a ello gente muy notable del mundo de la comedia televisiva. Por un lado, los del grupo de Albacete, los «chanantes» de 'Muchachada Nui'. Por otro, la factoría El Terrat. De hecho, por la película desfilan rostros como los de Joaquín Reyes, Berto Romero o Buenafuente.

¿Recuerdan el concurso 'No te rías que es peor'? Consistía en que si el aspirante era capaz de soportar con cara de palo la batería de chistes de los humoristas, ganaba el premio en metálico. Pues así me sentí yo durante los 99 minutos de visionado de 'Tiempo después'. Con cara de palo. Sin mover un músculo facial. ¿Cómo es posible que con gente a la que tanto aprecio, Rellán, Arturo Valls, Gabino Diego, el resultado sea tan hueco? Y tan cansino de ver. Se estrena el 28 de diciembre. Una inocentada sin ninguna gracia.