H ace tiempo que deseaba rendir un pequeño homenaje (tan pequeño como que un servidor escriba sobre él); a uno de nuestros autores más emblemáticos. Una de esas personas encantadoras, siempre dispuestas a hacer piña para defender los derechos de los demás y siempre preparadas para levantar el puño cuando se trata de ofrecerse voluntario para participar en una charla, manifestación o firmar un manifiesto a favor de la libertad de expresión. Castigado en su tiempo por la derecha por rojo y dejado injustamente de lado por los suyos cuando en este país se cambiaron las tortas a los disidentes por puestos de salida en las elecciones democráticas, Enrique siempre ha sabido aceptar su sino y, pluma en ristre, seguir defendiendo cabezonamente sus ideas y su ideología.

Este escritor alicantino, acaparador de premios y honores más que merecidos, tiene en su haber diversos títulos académicos por las universidades de Arizona, París y, por supuesto, la suya, la de Alicante. Académico de mérito en Italia y Premio de les Lletres Valencianes, combinó hasta hace poco, hasta su jubilación, el cargo de cronista oficial de la capital alicantina y sus colaboraciones en INFORMACION, «El País», «Papeles de Son Armadans», «Cambio 16», «La Estafeta Literaria» y muchos medios más.

Bien. Todo esto es cierto, como también es verdad las espléndidas novelas que forman su currículo literario, estudiadas y analizadas para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de manera magistral por su amigo el catedrático José Carlos Rovira. De entre su interesante producción bibliográfica destacan, entre otras, «Un lugar más lejano», «La primera piedra», «El tiempo prometido», «Cazar ballenas en los charcos bajo la luz cenital» y, probablemente su mejor obra, «Todos los enanos del mundo».

La obra de Enrique, que lleva ahí hace mucho tiempo, valorada por propios y extraños y habiendo conseguido la cuadratura del círculo literario de conseguir ser profeta en su tierra, viene a cuento aquí y ahora porque Enrique se ha decidido a aceptar la invitación de la Sede Universitaria de Alicante para coordinar un ciclo de literatura que, seguro estoy, constituirá un aldabonazo en esta ciudad.

E l título del ciclo es «La Generación literaria española del medio siglo: el realismo social». Desde el 24 de octubre de 2007, en que comienza las conferencias mensuales Enrique Cerdán Tato con «El realismo social: de la CIAP a los de la berza», hasta el 29 de abril de 2008, tiempo en el que cerrará seminario Julio Rodríguez Puértolas con «Tiempo de silencio: la superación de realismo social y algo más», diversos e importantes especialistas y académicos, como Ricardo Bellveser, Miguel Ángel Lozano, Raquel Arias, Mario Martínez Gomis o el propio José Carlos Rovira, harán un exhaustivo repaso sobre aquella literatura que irrumpió en nuestro panorama creativo durante los primeros años de la década de los cincuenta del siglo XX, en pleno ajuste económico y político tras las dos terribles guerras que asolaron España y Europa. Unas novelas y libros de viajes, o libros de viajes novelados que muestran el compromiso social de sus autores recorriendo España en unas difíciles circunstancias para la libertad y en un país, el nuestro, donde campaba sin respeto la miseria del franquismo. Los autores del llamado realismo social, de la generación de los cincuenta o los de la generación de la berza, como los llamó de forma un tanto despectiva, César Santos Fontela, por su apego a la realidad inmediata, pretendían denunciar la injusticia y la opresión, y, más ingenuamente, transformar una realidad impuesta por la dictadura de aquel general que se levantó en armas contra la democracia. Los años cincuenta que vieron nacer los premios Planeta y el de la Crítica, y casi al final de la década, el Biblioteca Breve, aportaron una muy interesante nómina de autores jóvenes, hombres y mujeres, a las letras hispanas que venían del shock de la generación anterior. Los autores que habían vivido la catástrofe de la Guerra Civil en su infancia o juventud, caso de Enrique Cerdán Tato, asumieron, según Sanz Villanueva, el ingrato papel histórico de relanzar nuestra literatura después de aquellos tristes y míseros años anteriores. Esa generación comenzó a publicar urgida por un deseo de recuperar la realidad cotidiana y de convertirse en testimonio crítico de tanta opresión e injusticia.

A quellos escritores, insisto, escribieron una literatura de denuncia y compromiso, de una forma más tibia en algunos casos, como Ignacio Aldecoa, el matrimonio formado por Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio, García Hortelano o Jesús Fernández Santos, los «objetivistas» defendidos por Miguel Delibes y que posteriormente vieron reconocida su obra, frente a otros mucho más radicalizados y politizados, como Armando López Salinas, Jesús López Pacheco o Antonio Ferres, que bien pronto vieron sus nombres borrados a perpetuidad del panorama literario español y tuvieron que ganarse la vida por medio de la enseñanza o emigrando al extranjero. Caso aparte merece Juan Goytisolo, probablemente el más importante de todos ellos.

Si a partir de la década de los sesenta, con el boom de la literatura mágica hispanoamericana, el realismo social comenzó a verse mal y a entenderse peor por aquello de los nuevos tiempos y las nuevas modas, creemos que con este ciclo sabiamente coordinado por Enrique, la novela social de los cincuenta y todo lo que representó se mantendrá plenamente vigente. Con Cerdán Tato a la cabeza. Vaya que sí. Emilio Soler es profesor de Historia Moderna de la UA.