Siento que esto salga publicado el 9 de octubre, que debiera ser fecha a resaltar con tono entusiasta y hasta algo engolado como corresponde a cualquier celebración patriótica que se precie, verbigracia la de este día glorioso para los valencianos. Pero es que ahora mismo no tengo yo el espíritu para loas; además, seguro que en estas mismas páginas ya habrá plumas de fundamento que las hagan. Aunque éste no sea justo el mejor momento para ir fardando de valencianía: a la Comunidad Valenciana, hoy por hoy y lamentablemente, en donde la mienten se la asocia ya de entrada con cualquier cosa menos con el honor, la gloria y la grandeza (moral, digo).

Una, con perdón, tiene las tripas revueltas, el estómago levantado y un cuajarón de bilis atravesado en la garganta desde hace varios días, de lo que se deduce que no se halla en condiciones propicias para glosar nada con términos encomiosos. Una, para ser exactos, es que ni quiere volver a leer en la prensa la noticia reciente que le ha puesto el ánimo en esta tesitura de asco supremo medianera con el vómito irreprimible, así que no me voy a molestar en consultar si fueron 20.000 euros arriba o 18.000 euros abajo los que (presuntamente: no vaya a ser que, por escribir lo que otros han hecho, la que acabe chapada en el trullo sea yo) se embolsó El Bigotes de un maratón del cáncer de Canal 9: ésa no es la cuestión.

La cuestión es que haya gentes, mejor dicho gentuzas, de tan mala calaña y tan miserable catadura como para sacar tajada de algo tan terrible y dolorosísimo como el cáncer. La cuestión es que una televisión pública, pagada con nuestro dinero, no haya tenido empacho alguno en untar (presuntamente: no vaya a ser que al final me enchironen a mí sin haber rozado un euro), a un indecente chorizo (presunto: no vaya a ser que, mientras él se ponga ciego de percebes en restaurantes de cinco tenedores, yo acabe cebando michelines con los garibolos del rancho taleguero) con parte de la recaudación solicitada para luchar contra el cáncer. La cuestión, en definitiva, es que para que alguien cobre algo bajo manga es imprescindible que haya otro alguien (u otros "alguienes") que se lo paguen, igualmente a escondidas. O sea que la cuestión es que tan guarro es el que recibe como el que da; y tan corrupto el que se embolsa la pasta como el que ordena que le sea pagada, e incluso como el que, viendo el enmierde de principio a fin, consiente con él, y calla.

Hace ya mucho tiempo que, por mi larga experiencia profesional y por mis muchos años cumplidos, desconfío de la efectividad de maratones solidarios, cenas, fiestas y verbenas caritativas, rastrillos de compromiso social gestionados por damas de alcurnia, y demás eventos por el orden. Desconfío de su efectividad y, siento tener que decirlo, también bastante de su limpieza. Porque las cantidades recaudadas en tan (aparentemente) encomiables eventos no suelen llegar íntegras al destino para el que fueron solicitadas apelando a los sentimientos solidarios del público, antes bien la mayor parte de ellas se pierde por el camino; unas en partidas confesables (gastos de representación, luz, alquiler, intendencia, etcétera), y otras tal que esfumadas por arte de magia. Y de eso podrían contar bastante quienes, por ejemplo, habiendo participado en el juego convencidos de su limpieza, a la hora de recoger su parte de la recaudación, de 250 millones de las ya fenecidas pesetas recaudados, a las tres inocentes ONG (o similares) para quienes se solicitaba la solidaridad del personal sólo se les entregan 15 a cada una. O sea: se reparten 45 millones y por los otros 205 no preguntes, o no vuelves a participar y no ves ni un duro más.

¿Que da asco? Pues sí, mucho. Pero este engaño generalizado y consentido del que todos en mayor o menor medida somos responsables, unos por perpetrarlo con la mayor de las desvergüenzas y la más absoluta de las impunidades, y otros porque, sabiéndolo, no lo denunciamos públicamente, con lo del Bigotes y el maratón del cáncer de Canal 9 ha traspasado cualquier límite. Porque esto va mucho más allá del asco: es un escarnio, una burla, un escupitajo en plena cara de todos los que hemos quedado heridos y llagados para siempre por el zarpazo del cáncer. Porque en esos maratones es precisamente la gente con menos posibles (los jubilados, las viudas, las familias en paro) quienes, sensibles por el dolor hasta la lágrima, con el alma encogida por el recuerdo de aquel ser adorado que el cáncer les arrebató, y conmovidos por la elocuencia de los famosos que solicitan la participación, descuelgan el teléfono y colaboran en la derrama solidaria con 20, 30 ó 50 euros que se quitan de lo más imprescindible, soñando con que puedan ayudar a curar a una niña con leucemia o a un muchacho con osteosarcoma. Así que la indecencia absoluta de desviar parte de ese dinero, ¡tan lleno de amor, tan empapado de dolor!, para enriquecer (más) a un cerdo, no debería caber en cabeza humana. Ni siquiera en las cabezas más altas y (presuntamente) respetables de la Comunidad Valenciana.