Los investigadores de la paz distinguen entre paz negativa, que se produce cuando se acaba la violencia o incluso cuando hay ausencia de violencia, y paz positiva, que se refiere a algo más, a la construcción de condiciones sociales y culturales que impidan la violencia. Por debajo de esas definiciones está la de conflicto, esa realidad, inherente a la existencia humana, en la que diferentes instancias (personas, grupos, partidos, regiones, naciones, estados) persiguen objetivos cuya consecución es incompatible para todos los participantes. Así, por ejemplo, si una parte de una sociedad quiere depender políticamente de Madrid, otra parte quiere depender de Bruselas y otra parte no quiere depender de nadie, es obvio que hay un conflicto: es difícil pensar que los tres sectores puedan satisfacer sus deseos.

Los conflictos se pueden abordar de muchas formas y ahí también hay que distinguir, en la parte positiva, una variada gama de conceptos que van desde la resolución del conflicto a la trascendencia del mismo. En la parte negativa está, por supuesto, la violencia directa, física, o lo que llaman violencia estructural, a saber, la imposición de los intereses de una de las partes contra el del resto de la sociedad, explotando, marginando, oprimiendo, reprimiendo...

El caso es que algunas sociedades han conseguido manejar sus inevitables conflictos de forma relativamente pacífica. Las llamaré "tribus" siempre que se me reconozca la posibilidad de que tribu sea cualquier grupo humano (de país enriquecido o empobrecido, con internet o sin internet) con su propia estructura social, sus normas y costumbres y su particular interacción con su entorno.

Por motivos que no hacen al caso, me he revisado qué hacen esas tribus para ser pacíficas (y, en mi opinión, ser pacífico incluye evitar la violencia estructural contra alguno de los grupos que las conforman). Se trata de un viejo artículo que publicó, en el Journal of Peace Research, Bruce D. Bonta, un académico estadounidense. Analizando 24 de esas sociedades que yo (no él) llamo tribus, encontraba las siguientes seis características que evitan la salvaje opción de destruir al contrario como solución.

1. Autocontrol. Eso se aprende, es decir, es cultural aunque hay diferencias de persona a persona. Ante una situación conflictiva, hay personas y hay tribus que saben autolimitarse en sus reacciones ya que conocen bien que la escalada de acción-reacción puede terminar en violencia directa o en diversas formas de violencia estructural.

2. Negociación. La cultura machista lleva a la confrontación y "el que más pueda, para él". La cultura de estas tribus lleva a plantear, antes que nada, el toma y daca, la búsqueda de salidas, el hallazgo de intereses por encima de los que exhiben las facciones en conflicto.

3. Separación. Estaba en la cultura gitana (no sé si sigue), pero cuando hay un conflicto entre familias, lo primero que se hace es "desterrar" a una de ellas precisamente para que no se produzca la escalada. Que las partes en conflicto se alejen entre sí es una de las herramientas que utilizan estas tribus.

4. Mediación. En las 24 tribus analizadas, un conflicto hace aparecer de inmediato la figura de terceros que, por su prestigio o por sus habilidades, se dedicarán a llevar las propuestas de los ya separados. Un motivo claro: la separación no significa mecánicamente el fin del conflicto, así que hay que buscar formas de resolverlo o trascenderlo, para lo cual, una de las primeras cosas que se hace es la de determinar con claridad los motivos del conflicto y los términos del mismo: qué lo produjo y qué se discute.

5. Encuentros. A pesar del punto 3 y como efecto del 4, se provocan encuentros entre las partes no para que negocien (eso vendrá después) sino para que se reduzca la tensión que acompaña al conflicto. Pasar a este punto sin las cautelas de los anteriores podría empeorar las cosas, generando mayor violencia estructural por parte de los ganadores.

6. Humor. ¿A que no se lo esperaba? Pues sí. Hay sociedades que carecen del más elemental sentido del humor cuando se trata de ellas mismas y, de hecho, es un indicador de que las cosas mejoran si los participantes pueden reírse (o, por lo menos, sonreírse) sobre ellos mismos. Que acepten que los demás les hagan chistes tal vez es pedir demasiado.

Son tribus que practican la elección racional por encima de la ciega pasión. Pero conozco tribus cercanas a mí, en Alicante, en las que, retóricas al margen, prima la violencia estructural y se niegan sistemáticamente todos estos puntos.