Un problema que se suscita en Urbanismo es definir con propiedad el concepto de crecimiento urbano, porque en el crecimiento de la ciudad caben tres ideas muy simples: el crecimiento vecinal, el crecimiento de la edificación y el crecimiento económico. La primera, es decir, el crecimiento demográfico, viene expresado a través del padrón municipal. Así, una primera idea del crecimiento urbano nos la da el incremento de la población. Aunque cabe señalar que el padrón se corrige por el Instituto Nacional de Estadística dado que algunos ayuntamientos falsean al alza el número de vecinos. En segundo lugar, el crecimiento se asocia con la edificación. De este modo el numero de viviendas y la superficie edificada nos delimita el crecimiento de la trama urbana; o sea, el crecimiento físico de la ciudad; representable en un plano y medible en superficie de hectáreas urbanizadas. Por último nos queda hablar del crecimiento económico de la ciudad, es decir, el incremento de la riqueza de los ciudadanos. Porque a pesar de no tener indicadores del Producto Interior Municipal, sí puede medirse el incremento de riqueza de una ciudad; ya que en definitiva existe una clara referencia a la riqueza de sus habitantes en la propia elaboración del presupuesto municipal.

Veamos lo que sucede cuando estos tres indicadores sufren variaciones. En algunos periodos históricos los tres elementos señalados crecen de manera armónica y se obtiene la sensación de que la ciudad crece. Ello ha sucedido en años pasados. Sin embargo, en otros momentos solo aumenta alguna de las tres variables. Por ejemplo, los historiadores señalan el fuerte incremento de riqueza y población que se produjo en las ciudades durante la revolución industrial y en cambio, el casi nulo crecimiento de la trama urbana y de viviendas disponibles. Alguna ciudad, entre ellas Barcelona, encerrada entre sus murallas, alcanzaron densidades ridículas. Y este hacinamiento fue tónica general de cualquier ciudad europea al comienzo de la industrialización.

Por el contrario, en los años 80 del siglo pasado se asistió al crecimiento desmesurado de ciudades sin aumento poblacional. Los centros históricos perdieron entonces densidad y se formaron enormes periferias urbanas iguales al proceso ya experimentado en la vida americana. Madrid -pongo por caso- duplicó su extensión sin ganar habitantes. He aquí un problema opuesto a la ciudad industrial; hay ahora baja densidad en las periferias y extensión desmesurada de la urbe. Este efecto ha sido devastador. En algunas zonas, el número paupérrimo de habitantes por hectárea motivó la casi desaparición de la vida urbana, haciendo insostenibles los servicios urbanos.

Pero hay más, a partir de mediados de los noventa se inició un crecimiento rápido y continuado de la edificación que ha llegado hasta la actualidad. Y hoy tras ese periodo, nos encontramos con una crisis aguda puesto que las viviendas edificadas y la trama urbana de la ciudad superaron las necesidades reales. Lo que viene a manifestar: pisos sin vender, obras abandonadas e infinidad de viviendas sin habitar. Una peligrosa deriva, ya que la realización física de la ciudad ha producido cierta cantidad de bienes inmuebles, por encima de las necesidades de la población y del propio crecimiento económico. Y lo peor de esta sobreactuación es que durante los años de crecimiento inmobiliario, éste ha ido alimentando el crecimiento económico, convirtiéndolo en pilar básico del país.

En cuanto a Elche, tampoco fue ajeno a tales avatares de la economía nacional. En los últimos años ha crecido en población decenal en tasas del 10% y por vez primera, se ha saltado la barrera del palmeral, dando lugar a una ciudad alargada en sentido este-oeste donde sobran viviendas.

¿Y como será el futuro? Nos enfrentamos a una década en la cual el INE marca expectativas escalofriantes. El crecimiento de la población se estancará. Se nos dice que en los próximos diez años la población española no crecerá. Aunque semejantes previsiones tienen cierto grado de credibilidad. Porque debo añadir que el crecimiento demográfico admite dos vertientes: el crecimiento natural y la migración. El primero resulta fácil de determinar; mas el segundo se complica a medio y largo plazo.

Contando con tan negro panorama, nos enfrentamos a una década en la cual no existirá previsiblemente aumento de población; el crecimiento económico será muy suave; y la ciudad deberá asumir el exceso de vivienda y de suelo urbanizado sin que existan nuevas necesidades a corto plazo. Así que estamos en un buen momento para ordenar todo lo que creció con cierto desorden en los últimos años. Y por el contrario no parece un buen momento para pensar en futuros crecimientos urbanos. Lo llevan los vientos turbulentos: en tiempos de crisis no caben mudanzas.