Existe en el mismo centro de la ciudad de Elche una plaza que conserva el mejor aire pueblerino. La plaza de las Flores. Los sábados adquiere un hálito especial. El mercadillo la convierte en un zoco trapisondero, las terrazas de los bares en una plaza camilla. Allí vi el pasado sábado a una señora que llegó con andares cansinos. Se dirigió a uno de los rincones de la plaza. Se sentó en el suelo. Apoyó un pie sobre el pavimento. Manipuló un nudo a la altura de la rodilla. Sacó una pierna de madera que utilizaba de prótesis. La plantó a un lado y se puso a pedir. Me dio por filosofar. Había en su actividad algo contradictorio. Cuando menos, curioso. Aquella señora utilizaba lo que no tenía, como herramienta de trabajo. Normalmente, ocurre al contrario. La herramienta de trabajo es un activo potente. Suele tener una presencia física y material muy visible. Las fábricas basan su activo en las máquinas, los ejércitos en las armas, los corruptos en la comisión, Aznar y Cristiano Ronaldo en los abdominalesÉ pero mi señora tiene su único apoyo en la falta de pierna sobre la que apoyarse. Trabaja con lo que le falta donde los demás trabajan con lo que tienen. La nada como proyecto. La más pura apología del inmovilizado inmaterial.

Sin embargo, enseguida me di cuenta de que la operativa de la señora de la plaza no es tan poco común. En política, al menos, y muy especialmente en la Comunidad Valenciana, parece crear escuela. Un artículo de Rostoll en este periódico esta misma semana corroboraba mi percepción. El PP está diseñando una estrategia electoral en la Comunidad, uno de cuyos principales ejes consiste en esconder al hoy presidente y, se supone, que mañana candidato Camps. Se trata de que no aparezca en los actos públicos, allá donde pueda haber gente. Sólo aparecerá en los actos institucionales donde el protocolo secuestra la realidad y la preserva de la contaminación de sí misma. Y sólo en los medios que controlan -que son tantos- donde indefectiblemente muestran su mejor perfil. O sea, el más irreal. Prohibido exponerlo cara a cara con el pueblo a quien, sin embargo, pide el voto. Para que hubiese una correcta reciprocidad debieran pedir el voto ausente. El voto por correo. Todo sería, así, definitivamente virtual.

A Elche ha llegado, igualmente, la moda de la ausencia. La candidata popular, Mercedes Alonso, también ha optado por la desaparición como estrategia. No habla en los plenos, no se le conocen juicios sobre el gobierno municipal, se niega a declarar sus bienes, sólo alimenta la callada como táctica electoral. Algunos sostienen que es una estrategia dirigida. Se trata de no meter la pata. Y, para ello, mejor no enseñarla.

¿Qué pasa en esta Comunidad? En cualquier sitio, los candidatos están para ser mostrados, aquí para ser ocultados. Por definición, los candidatos se exhiben, aquí se inhiben. La ausencia como reclamo electoral. Aquí triunfa una suerte de pasión por la nada que, evidentemente, no afecta tan sólo a los políticos, sino que se extiende también a la política. Se pide en las Cortes Valencianas información sobre los contratos de la visita del PapaÉ nada. Se pide los expedientes de las ONGsÉ nada. Se pide los expedientes administrativos de la Ciudad de las Artes y las CienciasÉ nada. Se da una rueda de prensaÉ sin preguntas. Se piden explicaciones sobre los casos sub judiceÉ ninguna. Hay que respetar la presunción de silencio.

Y aquí está el personal. Obligado a votar lo que no conoce. A quedarse con un discurso que no existe. A comprar una mercancía que no puede ver. ¿Tan seguro está quien pide el voto de que así lo obtendrá? ¿Tan cándido es quien se ve obligado a otorgarlo a ciegas?

Definitivamente, me quedo con la señora de mi plaza. A cambio de la nada ella sólo pide unas monedas. Sin embargo, estos conspiradores de la ausencia piden nada más y nada menos que se ponga en sus manos el futuro de esta tierra. Demasiada mercancía para comprar sin verla.