De todas las reacciones erróneas que adoptan los seres humanos a lo largo de su vida no sabemos la cantidad de veces en las que los que se equivocan se arrepienten luego de sus errores, o los que pese a que se les convenza de lo desacertado de su decisión siguen pensando que ante un acontecimiento igual volverían a tener la misma reacción. En cualquier caso, los que se arrepienten, al menos, demuestran una aceptación de su error y una previsibilidad de que llegado el caso no volverán a repetir la misma actuación que ha causado un perjuicio a los demás y que puede que también le suponga un reproche de algún tipo, bien penal, bien disciplinario en su trabajo, o bien de la propia sociedad. Sin embargo, hay muchos infractores que no muestran ni el más mínimo arrepentimiento de sus conductas erróneas o realizadas con absoluta intencionalidad, e incluso después de ser conscientes de lo incorrecto de sus conductas se mantienen en sus postulados. Ni qué decir tiene que mientras que es admisible y reconfortante que quienes se equivocan demuestren públicamente que lo han hecho, resulta preocupante, muy preocupante, que existan personas que no muestren ni el más mínimo escrúpulo en sostener sus actitudes dañinas con las que saben, y son conscientes de ello, que están molestando o perjudicando a los demás sin tener el más mínimo rubor por ello.

Si esto lo trasladamos al mundo del Derecho resulta que cuando alguien comete un delito y confiesa a las autoridades policiales la infracción cometida, llegado el momento del juicio tendrá un beneficio en la pena que se le imponga, ya que se le aplicaría la mínima en la escala que corresponde a cada delito. Pero lo sorprendente del régimen que regula esta posibilidad es que en modo alguno se exige un reconocimiento de que se ha equivocado el autor o una expresa petición de perdón por ello, sino que se aplica ese beneficio por el hecho objetivo de confesar que se ha cometido una infracción. Curioso resulta que se le denomine a esta forma de actuar en el derecho como "arrepentimiento espontáneo", cuando no exige de ninguna manera un arrepentimiento, sino un comportamiento objetivo que consiste en confesar a las autoridades la infracción, con lo que obtienen estas personas un beneficio en la pena sin que se arrepientan de nada por lo realizado.

Con este panorama entendemos que en la esfera de las relaciones sociales en la vida pocos se arrepientan de sus errores o de lo que hacen con total intencionalidad. Que los seres humanos son capaces de seguir persistiendo en sus conductas y reincidiendo en lo que saben que causa un daño a la colectividad. Pensamos que sólo importa nuestra posición en el tema y que la visión que puedan tener los demás no importa o que debe ser rechazada simplemente por oponerse a lo que nosotros pensamos. Por ello, la obstinación es uno de los mayores errores del ser humano, y aunque todos los demás reprochen nuestra conducta somos capaces de insistir en la actitud pese a quien pese. Ante ello y por ello la sociedad debe tener una respuesta contundente para cuando estas actitudes se reiteran en el tiempo a conciencia del perjuicio causado. Y a lo largo de la historia de la humanidad se ha demostrado que la indiferencia resulta aconsejable ante posturas aisladas, pero cuando las personas hacen de estas actitudes un modus vivendi sólo la respuesta efectiva con arreglo a lo que marcan las leyes sirve para que los que se obstinan en sus planteamientos dañinos se den cuenta de que lo hacen es rechazado por la comunidad en la que viven. Por eso, decía La Rochefoucauld que "nuestro arrepentimiento no es tanto una contrición por el mal que hemos hecho como un temor por el que puedan hacernos". Sin embargo, nuestro sistema penal sigue manteniendo rebajas penales para los asesinos que matan a sus mujeres, se entregan a la Policía y sin arrepentirse consiguen beneficios penales, (a dos de cada cuatro asesinos se les aplica ya según un reciente estudio) y, por otro lado, determinadas conductas se han mantenido en el tiempo sin que sus autores se arrepientan de ellas y sin que la sociedad tenga respuestas eficaces frente a quienes saben que hacen daño y mal a la sociedad y persisten en ellas, porque piensan, como Ludwig Borne, que "no arrepentirse de nada es el principio de toda sabiduría". Pero la sabiduría de quienes se aprovechan de las lagunas y debilidad de los sistemas legales para atacar a la sociedad y a quienes en ella viven.