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¿Sólo "algo" ha fallado?

Una macabra coincidencia: la misma mañana del martes en que a Susana le segaba la vida a hachazos, en plena calle, su asesino machista (que de "presunto" nada tiene, pues los vecinos que presenciaron e intentaron impedir el ataque lo retuvieron, hacha y cuchillo en mano, hasta que llegó la Policía), yo recibía por correo electrónico una información ministerial sobre el "sistema de seguimiento por medios telemáticos de las medidas de alejamiento en el ámbito de la violencia de género". A Susana, la undécima víctima de la violencia machista en España, pero la primera que había denunciado, se le denegó el sistema de teleasistencia por estimar que el grado de peligro que corría era "bajo". A su asesino le suspendieron la pena, condicionada al cumplimiento de unos cursos en materia de igualdadÉ"Hay algo que ha fallado", declaró inmediatamente Rubalcaba. Otros responsables políticos repitieron el mismo mantra, mientras todas las instituciones responsables se acusaban entre sí, en un afán por eludir la responsabilidad en los hechos. Vergüenza ¿Sólo "algo" ha fallado? ¿Y sólo en este caso? ¿Diez mujeres asesinadas antes que Susana no constituían indicadores alarmantes de que es mucho lo que está fallando? Unan a esas alarmas otros indicadores que, sin embargo, son tolerados y, a veces, incluso socialmente aplaudidos. Así, por citar sólo el que quizá ocupa el último lugar por orden de importancia: las burlas y chanzas a la utilización de un lenguaje inclusivo. Tenemos magníficas leyes de igualdad en este país, pero su aplicación deja bastante que desear. No pondré ejemplos de ello en este momento porque no cabrían ni aún utilizando todas las páginas de este diario. En muchos, muchísimos casos los preceptos de estas leyes ni siquiera se aplican. Entiendo que la aceptación social es esencial para la máxima eficacia de las leyes, pero más lo es que se establezcan garantías para su correcto cumplimiento. Y eso, precisamente, es lo que está ausente en la normativa de igualdad de mujeres y hombres. Parece que sólo para ésta se antepone esa aceptación social a las garantías para su cumplimiento. Recientes reformas legislativas en el ámbito de la salud pública, como el endurecimiento de las sanciones en materia de seguridad vial o la controvertida "ley del tabaco", se cumplen a rajatabla. Pero cuando se trata de la salud democrática (que supone conseguir la igualdad), el imperativo legal se troca sólo en pequeñas acciones voluntarias de sensibilización, sin rastro de sanción alguna. En materia de igualdad de mujeres y hombres, lo que falla no es sólo "algo", es todo el sistema social en su más amplia expresión ¿Hay que convencer antes de vencer? ¿No es posible hacerlo todo al mismo tiempo?

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