El pasado 26 de marzo asistí a la inauguración de la Plaza de Toros de Villena. Cómodamente sentado disfruté del entrañable espectáculo que ofrecieron diversas asociaciones villeneras, levemente desmerecido por la acústica del edificio. Pude admirar estructural y estéticamente el interior de la cubierta rematada por su espectacular cúpula de cristal. Pero deambulando bajo los graderíos me apenaba la ausencia de aquella sucesión de bóvedas y arcos del edificio original del arquitecto Julio Carrilero. Bóvedas y arcos que habrían enriquecido histórica y arquitectónicamente el edificio, dando calor a la frialdad del hormigón, alejándonos de la imagen de polideportivo redondo, consiguiendo una verdadera obra de rehabilitación que es algo más que un edificio nuevo con una fachada antigua.

A la salida nos dieron un pequeño folleto sobre la Plaza, en cuya página dedicada al "Proceso de rehabilitación" explica que en el año 2007 el Ayuntamiento encargó al arquitecto que elaborase el proyecto "siguiendo instrucciones de salvaguardar al máximo la fisonomía y distribución de la Plaza, conservando lo que queda en pie de ella". No hay que negar los logros de este edificio, ni es misión de este escrito señalar sus defectos, pero desde luego este último propósito del "Proceso de rehabilitación" no lo han conseguido, y tal vez no lo han conseguido porque no lo han intentado de verdad. Esta es al menos mi opinión, que razono con la siguiente crónica de una pérdida de patrimonio anunciada.

La Plaza. En junio de 2006 los arquitectos de la zona recibimos una circular del Colegio de Arquitectos invitándonos a visitar la Plaza de Toros de Villena con motivo del informe que habían elaborado nuestros compañeros del Colectivo de Defensa de la Arquitectura (CODEARQ). En esa época, el anterior equipo de gobierno municipal no ocultaba su pretensión de vaciar el edificio conservando únicamente la fachada, para convertirlo en centro de ocio. Todas las opiniones sinceras son respetables, pero la mía coincidía con la protección al edificio en su conjunto que argumentaba el informe de CODEARQ con frases como: "Por ello, cualquier intervención o conclusión en que se valore la cáscara del edificio por encima de su globalidad, debe considerarse erróneaÉ".

En aquel verano de 2006 el interior estaba deteriorado, pero la mayor parte de las bóvedas eran recuperables. Los compañeros de CODEARQ eran mas exigentes, pero para mí, conservar un cuarto de las bóvedas, esto es doce, habría sido suficiente como testimonio tipológico representativo del edificio original y posibilitando así una mayor plurifuncionalidad de la Plaza.

Nuevo gobierno. En mayo de 2007 llegó al Ayuntamiento un nuevo equipo de gobierno, llevando en su programa electoral la conservación del interior de la Plaza, que además financiaría íntegramente la Generalitat. Defendieron las conclusiones del informe de CODEARQ, contando con el mayoritario apoyo ciudadano e incluso con el de una Plataforma pro restauración de la Plaza. Pensé, iluso de mí, que el interior estaba salvado. Lógicamente había pasado un año más de desprotección y deterioro, pero el estado de bóvedas y arcos no era mucho peor que en 2006 y esa porción significativa del interior podría por fin conservarse. Aún era posible recuperar sabores como el que tenía aquel bar bajo las bóvedas que muchos recordamos.

El nuevo equipo de gobierno se puso en marcha para preservar el edificio hasta el inicio de las obras. Empezaron apeando la fachada, lo cual era técnicamente adecuado aunque económicamente caro. Mi perplejidad comenzó al no continuar con medidas para proteger el interior que se encontraba en peor estado que la fachada y se podía abordar con medios de menor coste.

El tiempo iba pasando y pasando sin novedad hasta que, en noviembre de 2008, casi año y medio después de llegar al gobierno municipal, observé mucho jaleo un sábado por la mañana. Maquinaria y camiones entraban y salían de la Plaza. Pensé que, por fin, se habían decidido a intervenir en el interiorÉ Y así fue. Pero no para protegerlo, sino para demolerlo. Para ello, se basaban en un informe fechado, curiosamente, también en noviembre de 2008. Debía de haberse hecho al menos un año antes. Un informe tan tardío pierde su eficacia e incluso su credibilidad y permite una duda razonable sobre si lo que se pretende es justificar una decisión ya tomada.

Bueno, al menos dejaron en pie tres bóvedas, avisando de que se encontraban en mal estado. Para mí no era suficiente, pero menos da una piedra y de muestra sirve un botón. No parecía disparatado pensar que tratarían de conservar aquellas tres tristes y solitarias bóvedas como oro en paño y más atendiendo a su delicado estado de salud.

Craso error. Concluyó 2008 y transcurrió todo el año 2009 con las bóvedas desamparadas a la intemperie y la indiferencia, sin ninguna medida de protección para tratar de preservarlas. Se habían iniciado las obras con más de lo mismo y la decisión de cambiar el aparcamiento del exterior al interior de la Plaza me sonó a sentencia de muerte. Otra vez, los coches ganaban la partida. Nadie parecía haberles reservado un sitio a nuestras bóvedas, como a aquellos ancianos que estorban en casa, olvidándonos de cuánto hicieron por nosotros.

Desenlace. En efecto, a finales del invierno de 2010 las tres bóvedas con sus arcos, solas, desvalidas, enfermas y acorraladas por el ímpetu de las obras empezaron a decirnos adiós. Probablemente no encajaban con cuestiones económicas ni con urgencias electorales. Entonces, por fin, aparecieron unas lonas verdes que trataban de protegerlas de la lluvia. ¡A buenas horas, lonas verdes! Demasiado tarde. En primavera ya eran historia, no quedaba rastro de aquellas tan cacareadas piedras de nuestros antepasados, que debían servir para algo más que para arrojarlas al contrario.