Se cumplen 40 años de la publicación de la obra de John Rawls, Teoría de la Justicia, que constituye una contribución importante a la reactivación de la filosofía política, y supone un referente multidisciplinar de enorme calado.

El filósofo americano es el artífice de una teoría contractualista de la justicia que defiende tres principios básicos: el principio de libertad para todos, el principio de igualdad de oportunidades y el principio de la diferencia que contribuya a mejorar la situación de los que peor viven.

Estos principios constituyen el fundamento de lo que conocemos como Estado de Bienestar y se incardinan en nuestra democracia liberal.

Rawls elaboró la teoría de contrato social hipotético, recuperó a Rousseau y Kant, para justificar estos principios de justicia que serían acordados y asumidos por toda persona racional si no conociese las características de su identidad ni las de la sociedad a la que pertenece.

Supongamos que los participantes, los ciudadanos de este contrato no conocen sus circunstancias particulares, ignoran su lugar en la sociedad, su clase social, su género, raza, si han nacido en una economía desarrollada o en una subdesarrollada y, lo que es muy importante, desconocen si la naturaleza les ha dotado de algunas destrezas o talentos significativos que faciliten el desarrollo máximo de sus capacidades personales, es decir, todo queda "tapado" por el velo de la ignorancia.

A esta situación de imparcialidad la llamó posición original, que se garantiza por el velo de la ignorancia, que impide saber a cada uno en qué condiciones le tocará vivir. Una persona que ignora absolutamente dónde, cómo, cuándo, y en qué circunstancias específicas se desarrollará su existencia, una persona que no sabe qué habilidades, destrezas o capacidades poseerá o adquirirá, que desconoce su destino, según Rawls las personas partícipes de esa situación original de imparcialidad, pactarían y asumirían sus principios de justicia universales e incondicionales.

¿Por qué es importante la Justicia? Porque es la virtud más fundamental para organizar la vida pública, la vida común y vivimos tiempos que exigen una reflexión profunda sobre los principios que deben orientar una sociedad justa, ya que la percepción de legitimidad por parte de todos es el fundamento de nuestra democracia, y una de las piedras angulares lo constituyen las instituciones políticas que vertebran una sociedad democrática.

La calidad democrática de una determinada sociedad tiene mucho que ver con el tipo de instituciones que la configuran, si contribuyen a la integración social, si proporcionan opciones vitales reales, bienes y recursos para que una persona pueda salir de situaciones de desigualdad en la que se encuentra.

La magna obra de Rawls dada a conocer en 1971 hizo resurgir un debate que a día de hoy continúa y que gira en torno a la noción de justicia y enfatiza la conexión entre política y ética, que como bien sostenía Aranguren se caracteriza por una tensión permanente.

La pretensión de superar viejos paradigmas centrados exclusivamente en el Estado y la nación es una necesidad. El multiculturalismo, la pluralidad de identidades nacionales en un mismo territorio, la globalización, los desajustes en el lazo social, la pérdida de soberanía de los Estados ante una complejidad organizada en el sentido atribuido por Habermas son algunas realidades que plantean cuestiones complejas a los Estados democráticos liberales, y de forma especial a los principios de justicia que han de regular sus instituciones. Y es que la Justicia es la base moral de una sociedad democrática.

Sirvan estas palabras como un modesto homenaje a la obra de John Rawls cuyo legado sigue vivo y perdura.