Que Internet ha modificado en gran parte la forma en que muchos ciudadanos acceden a la información es ya un hecho indiscutible. Lo que no parece tan indiscutible, y así lo demuestra el debate que periódicamente se aviva al respecto, es si la llegada de Internet, la multiplicación de las fuentes informativas, y la demanda creciente, ante tanta información, de voces que expliquen el alcance de esas informaciones y su impacto, debe conducir inevitablemente a un replanteamiento de uno de los valores del periodismo en la época moderna, el de la objetividad, aceptando que los periodistas cuenten sus puntos de vista, y sustituirlo por el de la transparencia, en la línea de lo que sostiene David Weinberger, uno de los redactores del Manifiesto Cluetrain, filósofo y actual analista tecnológico, quien señala que "la transparencia es la nueva objetividad".

En un contexto digital en el que se multiplican sin cesar las fuentes informativas, y Twitter, o los iphones, blackberrys u otros smartphones recogen sin pausa a cada hora decenas de titulares informativos, se busca cada vez más a quien sea capaz de explicar qué significa esa información, así como sus implicaciones y alcances. The Economist recogía precisamente hace unos días en un artículo la idea de que, dado que la imparcialidad es ya en estos momentos una excepción a escala mundial, el periodismo debe afrontar que la gente ya no busque información imparcial, sino aquella emanada desde posiciones concretas, y ponía como ejemplos de esa situación actual casos de éxito como los de la cadena Fox News, identificada mayoritariamente con la derecha y el Partido Republicano; la MSNBC, posicionándose hacia el ala izquierda ideológica, (ambas cadenas creciendo en prime time, mientras que la CNN, el ejemplo de periodismo imparcial en EEUU, se ha estancado), o casos como el marcado apoyo de Al Jazeera a la reforma en el mundo árabe, la afiliación de numerosos canales en India a grupos políticos, religiosos o regionales específicos, las lealtades partidistas en medios italianos y otros países europeos, etc. "Si la imparcialidad es ya la excepción más que la regla, Internet la está erosionando aún más", indicaba.

Esa imparcialidad como valor en declive, según esta línea argumentativa, sería reemplazada por la búsqueda de la transparencia, erigiéndose ésta como la nueva objetividad. Si la gente busca periodistas que interpreten más que cuenten, habrá que asegurarse entonces que sean accesibles al público los datos que ha manejado el periodista, así como incluso sus implicaciones personales sobre el tema que está analizando. Habría llegado el momento de "liberar a los periodistas de la camisa de fuerza de aparentar que carecen de opiniones", insiste The Economist, recogiendo opiniones del profesor Jay Rosen, y apostar por dar a conocer íntegramente los documentos, fuentes y otros datos que han conducido al periodista a tomar esa posición.

Esto implicaría en algunos casos, incluso, que los periodistas proporcionaran información sobre sí mismos, y las relaciones que mantienen con el asunto que están tratando. Un ejemplo es el de AllThingsD, una web de noticias tecnológicas propiedad de Dow Jones, cuyos redactores firman una declaración sobre acciones, relaciones financieras e incluso vida personal (dos periodistas están casados con empleados en grandes compañías tecnológicas). "La gente sería más proclive a confiar en usted si saben de dónde viene", indica Rosen.

Sin embargo, en este debate, son bastantes también los que limitan el alcance que debe tener este cambio, y otros que alertan abiertamente del peligro que encierra esta idea de la foxificación (término nacido precisamente de la forma de tratar la información de Fox News) de las noticias. Stephen Ward, director del Center for Journalism Ethics en la Universidad de Wisconsin, indicaba hace poco en un artículo que para afrontar la situación que ha alimentado Internet hay que tomar dos vías, pero que no pasan por abandonar el concepto de objetividad. La primera sería redefinir y actualizar el concepto de objetividad, porque ya no cabe una objetividad entendida como "sólo los hechos", eliminando toda interpretación u opinión, pero jamás sin abandonar ésta como uno de los principios que definen el periodismo responsable. Y, en segundo lugar, desarrollar unas líneas maestras éticas para las formas específicas de los nuevos medios de comunicación, basadas en principios como contar la verdad.

En España, por ejemplo, Ramón Lobo alertaba recientemente sobre la foxificación de la realidad: "Es una tentación peligrosa en tiempos de crisis y recorte. Las audiencias demuestran que existe una parte de la población que no exige noticias contrastadas, reales, sino excusas para confirmar sus prejuicios, cada vez mayores. Este tipo de medios crean burbujas de una simulación de la realidad y desde ella, algunos líderes toman decisiones, invaden países".

El debate sigue abierto, con muchas preguntas que responder. Esta tendencia hacia un periodismo en el que la objetividad ya no es un valor destacado ¿no llevará a que los periodistas se conviertan en cajas de resonancia o portavoces de ideas preestablecidas, socavando finalmente el concepto mismo de periodismo responsable y de imparcialidad? ¿No conducirá todo ello hacia un empobrecimiento intelectual de la sociedad e incluso de la democracia, dado que como destaca Eli Pariser en The Filter Bubble y recoge Antonio Martínez Velasco en el blog Crítica Pura (http://criticapura.com/el-regreso-como-medio-de-supervivencia/2011/07/): "La democracia depende de la capacidad de los ciudadanos a relacionarse con múltiples puntos de vista". ¿Realmente no hay lugar ya en esta era para el periodismo de calidad e independiente, el que cuenta la información desde el rigor, y ofrece las versiones de unos y de otros, enriqueciendo el debate intelectual, sin limitarse a ofrecer sólo la versión de una parte, y que editorializa en los editoriales y sus articulistas ofrecen distintos puntos de vista e interpretaciones en las columnas de opinión, separando información de opinión, en definitiva, informando, analizando y opinando en cada formato, sin adoctrinar?¿Son excluyentes transparencia e imparcialidad? ¿Hemos de renunciar forzosamente a una para dar cabida a otra?

Más aún: si es real el peligro que señala Tim Wu, profesor en la Universidad de Colombia, en el libro The Master Switch; The Rise and Fall of Information Empires, de que Internet acabe siendo engullido por las grandes industrias, (como sucedió con las radios a principios del siglo XX en EE UU, donde miles de personas pusieron en marcha pequeñas emisoras casi personales para emitir sin restricciones y no pudieron sobrevivir a lo que Wu llama el ciclo (absorbidos por la industria), si ese peligro que apunta Tim Wu existe y por tanto se avanza en la creciente tendencia de que las plataformas tecnológicas por las que se distribuyen los contenidos estén totalmente en manos de los gigantes de la industria, permitiendo vislumbrar posiblemente el fin de Internet como modelo de libertad, como apuntaba también recientemente el ensayista Ernesto Hernández Bustos, ¿qué panorama quedaría entonces? ¿Un periodismo que ya no cuenta hechos sino ecos, dentro de una sociedad digital en la que la información ya no fluye libremente sino que es controlada por lobbys y grandes corporaciones? ¿No emergerían entonces voces reclamando un periodismo imparcial, independiente de poderes, posiciones y doctrinas? ¿No es el periodismo que hunde sus raíces en la imparcialidad, el periodismo responsable y de calidad, y también transparente, sin exclusiones, algo por lo que habrá que seguir luchando, algo que merece por tanto la pena conservar?