Siempre me ha parecido que Solveig Nordström era una alicantina de origen sueco, no una sueca que vivía en Alicante y que se metía en asuntos que no le incumbían, como consideraron algunos constructores. Hay que abrir los ojos: el amor que sienten muchos emigrantes alemanes, holandeses y suecos por nuestra tierra es algo más que interés inversor. Vienen aquí a vivir, muchos de ellos se quedan, y por lo tanto se convierten en parte de nosotros, y en parte de nuestra historia, a la que incluso llegan a salvar. No hay ejemplo más valioso de este fenómeno que el de Solveig, la apasionada arqueóloga sueca que debe pasar a la historia por una hazaña casi wagneriana y propia de la valquiria nórdica que en cierto modo era.

Amordazados por la Ley de Prensa dictada por Manuel Fraga Iribarne, los periódicos relataron que "en un día sin determinar" Solveig, harta de recurrir al diálogo con los constructores que iban a arrasar los yacimientos arqueológicos del Tossal de Manises, las ruinas que ocultaban el origen de Alicante, Lucentum, se echó ante las excavadoras tras avisar a la prensa internacional del atropello que estaba a punto de cometerse contra un patrimonio cultural que rebasaba los límites de la localidad. Puedo imaginar que con la misma terquedad con la que Brunilda desafió a Wotan, para terminar encerrada en el círculo del fuego del olvido al que el dios la condena por su atrevimiento, Solveig desafió a un sistema que, como en todas las épocas, parece tener a su favor todos los ases de la razón. Sin embargo, y en contra de lo que muchos imaginaron, Solveig salvó las ruinas de Lucentum de la destrucción.

Después de llamar la atención de los medios de comunicación internacionales, Solveig consiguió que el Ministerio de Educación español comprara los terrenos sobre los que se asentaban los restos, impidiendo de este modo que se construyese un hotel que habría garantizado la total desaparición de la ciudad íbero-romana.

Este hecho, que tanto valor tiene visto en retrospectiva, no ha servido para respetar de manera duradera la memoria de la arqueóloga. Recientemente, y en mi opinión bastante tarde, se le ha dedicado a su nombre un parque del entorno del yacimiento, pero esto no basta.

Aprender de los errores es lo más importante de todo, y Solveig Nordström, además de salvar ese enclave y contribuir con su trabajo en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante o en los yacimientos de Guardamar del Segura, dio una importante lección a una sociedad que apenas empezaba a despertar. Solveig tendría que habernos enseñado a valorar más lo propio en lugar de ser eternamente esclavos del falso esplendor de lo que viene de fuera.

Musa de la historia alicantina, su recuerdo tiene para muchos de nosotros, especialmente los historiadores, algo de lo que ella -una apasionada del trabajo de campo- más codiciaba: algo de enterrada y por lo tanto de desconocida.

Estoy absolutamente convencido de que el género ha influido en la injusta apreciación que se ha hecho de su trabajo, pero también del enorme coraje de sus acciones. Los arqueólogos e historiadores desentierran los fragmentos de una historia a la que se le ha dado forma a golpe de armas empuñadas por hombres, pero vivimos en otros tiempos. Solveig era mujer, y a su vez una heroína de nuestros tiempos modernos. Sabía empuñar su espada para dar forma a la historia: un arma aleada con el conocimiento y con la razón. Su trabajo no debería haber quedado a la sombra del perfil de otros colaboradores. Esta arqueóloga y musa de la historia alicantina, que tanto amaba aquellos escombros que ocultaban al ojo cegado por la especulación del entorno el enorme valor que entrañaban las ruinas de nuestro rico pasado histórico, no ha recibido hasta muy tarde un cierto homenaje a su valía.

Falta, al final de la calle Diosa Tanit, un busto que recuerde su imagen y su acción, pero sobre todo alguna beca en base a proyectos o algún premio anual por parte de la Diputación de Alicante, que estuviese dedicado al fomento y ejercicio de la arqueología, y que llevase su nombre. Falta el impulso de la acción sobre el terreno, de lo que más apasionaba a Solveig: la busca de la verdad pero también la protección de esa verdad y del espíritu que conduce a esa denostada actitud frente al valor de la historia. No hay nada que pueda hacer mayor justicia a la salvación de las ruinas de Lucentum, en el Tossal de Manises, que promover esa acción y el espíritu inagotable y visionario de la mujer que la propició.