Hoy 1 de Octubre celebramos el "Día Internacional del Mayor", una fecha que como otras tantas pueden quedar relegadas a la nada si se limitan a muchos actos y promociones institucionales que no llegan a calar en la sociedad y no trascienden al resto del calendario. La pregunta con la que he decidido encabezar esta tribuna no pretende ser el único planteamiento, sino, más bien, el inicio de otros que establezcan un análisis sobre nuestros comportamientos y sentimientos con aquellos que ocupan ese periodo de la vida de todos. He querido remarcar la palabra "todos" porque desde una postura inteligente cabe plantearse que ese es el fin al que cualquier nacido quiere llegar, y pobre de aquel que no lo haga. ¿Cabría en la moral de cualquier sociedad, por poco avanzada que esta fuera, el despreciar a los muertos por haber cometido el error de morirse? Indudablemente la respuesta sería siempre no. ¿Por qué entonces relegar, aparcar o menospreciar a aquellos que ya han alcanzado lo que nosotros pretendemos?

Es simplemente una cuestión de óptica, de perspectiva. No hace mucho una joven de entre veinte y veinticinco años me paró por la calle y me preguntó: "Perdón señora, ¿lleva fuego?"... Silencio... "Señora, ¿fuego, lleva fuego?" insistió. Ese fue el instante en el que salí del shock y rebusqué en mi bolso para darle un encendedor de los que nos habían sobrado de la última campaña electoral. "Quédatelo", le dije. Creo que no escuché ni las gracias que seguramente me dio al tiempo que me giraba intentando disimular mi contrariedad. El principio de mi jornada estoy segura que había sido igual que la de aquella chica. Igual. ¿Qué nos diferenciaba entonces para su tratamiento de "señora" y de usted? ¿Qué había sucedido en ese espacio de tiempo, que para mí ha pasado con tanta rapidez, desde que yo tenía su misma edad hasta ahora? Y la respuesta es bien sencilla. La diferencia está en el aspecto. Vivimos en una sociedad que valora, en exceso sin duda, el exterior. La imagen, la fuerza, el sobrevalorado empuje de la juventud, la inmediatez o la globalización han ocupado el lugar que en otros tiempos ocupaban la sensatez, el sentido común, el respeto o la experiencia.

"Quienes ignoran su historia están condenados a repetirla" es un dicho tan de sobra conocido como a lo largo del tiempo ignorado por las distintas civilizaciones que han pasado por este planeta hasta ahora. Los pueblos que han valorado en exceso la juventud y despreciado la voz de sus mayores han corrido mucho, sí, pero como pollos sin cabeza hasta caer por el precipicio.

Pertenecemos a una ciudad que tiene dos Patrimonios de la Humanidad. Eso significa que, mucho antes de que existiera la Unesco, las gentes de nuestro pueblo sabían ya defender lo que sus mayores les habían legado; y entre otras cosas les habían enseñado a valorar lo que les venía de atrás, aquellas cosas que marcaban su identidad y su orgullo de ser lo que eran. Hemos vivido además un proceso de integración de decenas de miles de personas en muy poco tiempo y hemos conseguido, no sólo, mantener nuestra identidad y nuestras tradiciones sino que mucho más allá fuimos capaces de hacer que aquellos que venían a Elche buscando la oportunidad de una nueva vida se integraran plenamente en las mismas y las enriquecieran con sus aportaciones. Aquellos que entonces vinieron de fuera y los que les hicieron sentir como en su propia casa, aquellos son hoy nuestros mayores que nos dieron una lección sin planteárselo siquiera, de muchas de nuestras actuales reivindicaciones dejándonos en herencia un ámbito de convivencia, un Elche que nos brinda muchas razones para, valga la redundancia, sentirnos orgullosos de estar orgullosos de pertenecer a este pueblo.

Y como respuesta a la pregunta inicial, permitidme antes que os diga que en mi opinión, escuchar a los mayores, hacer que sus vidas sean lo mejor posible y agradecer lo que nos han legado, que no deja de ser los que ellos recogieron y las mejoras que les han sabido imprimir a base de trabajo y sacrificio, no es una postura conservadora sino conservacionista. No hay ninguna duda de que los que ahora estamos en edad de trabajar y de tomar decisiones llegaremos a su mismo estado. No debemos ni podemos consentir que vuelvan los tiempos en que la vejez eran una especie de cementerio de los elefantes. Hemos de darles voz e ilusión por seguir mejorando nuestra sociedad. En definitiva yo pienso que a nuestros mayores les debemos dos cosas fundamentales: les debemos respeto y les debemos hacer caso.