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Consejos para ser un buen Alcalde

Como ciudadano de a pie y antes del apocalipsis político que estamos atravesando y contagiando éste a la gestión municipal, quisiera aportar, con respeto, consejos e ideas y ser portavoz de una parte de la "calle".

Hay muchos ciudadanos que tienen la tendencia de comparar y a veces confundir la labor de un alcalde, o de una alcaldesa, con la responsabilidad de un director de empresa.

Gestionar una ciudad es una posición que difiere muy sensiblemente de gestionar una empresa. El objetivo empresarial de "siempre más" tiene que ser reconvertido en el objetivo municipal de "siempre mejor".

La época del estropicio, de la carrera del beneficio en una sociedad de pensamiento único y de energía inagotable ha terminado. Estamos en la era del "bio", del "reciclaje", del "bio" y del CO2.

Es cierto que la afiliación política de un alcalde del mismo signo que los gobernantes nacionales y autonómicos influye en la rapidez de las soluciones administrativas y económicas: pero que a su vez no tienen que influir en la política de la ciudad; es decir, que lo que verdaderamente cuenta para ser un buen alcalde son sus cualidades humanas y no su "etiqueta", saber escuchar y el contacto con los vecinos; hacer una buena gestión de alcalde es poder olvidar sus principios e ideales políticos a la hora de gestionar su ciudad.

La etiqueta política tiene que pasar a un segundo lugar y anteponer la calidad de vida el bienestar de los ciudadanos. Tiene que saber trabajar y colaborar con la oposición tratando de llegar a un consenso amplio en todos los proyectos.

Un buen alcalde tiene que ser como un buen médico de familia, que tenga tiempo de auscultar su enfermo (su ciudad) antes de elaborar un diagnóstico, para no curar superficialmente pero sí, en profundidad, los orígenes de la enfermedad.

Un buen alcalde tiene que saber gestionar, ser un buen árbitro, ya que tendrá que tomar decisiones sobre "prioridades" en detrimento de opiniones adversas de conciudadanos. Ser fiel con las metas (proyectos) pero realista respecto a las formas de lograrlo, y que las inversiones no sean "obras de arte" sino inversiones prácticas.

Un buen alcalde tiene que saber rodearse, delegar, confiar en su equipo y funcionarios, con el fin de asegurarse el mayor tiempo posible para desarrollar las labores anteriormente citadas, sin olvidar de reflexionar sobre las opciones posibles y meditar sobre el sentido de su misión.

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