Hace mucho tiempo que el griego Sócrates, imagino que ajeno a la que le iba a caer a su pueblo en el futuro, llegó a la más que nombrada conclusión de: "sólo sé que no sé nada".

Esto, que por tan traído y llevado no deja de parecer una incongruencia, tiene una contundencia aplastante cuando se conocen los razonamientos anteriores que condujeron al filósofo a esa definición. Y es que al sumergirte en las aguas del conocimiento descubres el inmenso océano de la ignorancia que se abre ante ti.

Algo similar me ha venido sucediendo a mí desde que me hiciera cargo, hace unos pocos meses, en la actual corporación de la responsabilidad del área de Discapacidad. Cada día, al hablar con los técnicos encargados de la materia, con las asociaciones y, muy en especial, con los afectados y sus familiares, descubro mi anterior desconocimiento. La simple realidad de acompañar a cualquiera de ellos un día al azar descubre ante mis ojos la inmensa tarea que tenemos por delante.

Se me plantean, no obstante, algunas contrariedades y disyuntivas al respecto, sobre las que me gustaría reflexionar con aquellos que lean esto. Hemos hecho muchos avances, pero, indudablemente, no es sino el principio de un sendero que jamás acabaremos de andar porque la problemática y las sensibilidades afectadas son tantas y tan complejas que nunca llegaremos a satisfacerlas. Esta es la percepción colectiva de la labor realizada, pero es, a todas luces desde el contacto directo con las diversas realidades que se nos plantean, insuficiente.

Este superficial análisis me lleva a la disyuntiva de los diferentes ámbitos en los que centrar nuestros esfuerzos. No hay duda que a nivel arquitectónico quedan aún muchas cosas por llevar a cabo. Hemos avanzado mucho en la accesibilidad para los discapacitados físicos, aunque seguimos lejos de la situación óptima que los afectados reclaman. Aunque, y en otra línea, en mi opinión creo que hemos de profundizar, también, en la labor de hacer la vida más fácil a los discapacitados psíquicos, sensoriales, e intelectuales o mentales y a quienes les atienden.

Se abre ante todos, por otra parte, una nueva dirección en la que hemos de trabajar tanto desde las instituciones como desde el interior de la sociedad. Desde el corazón de todos quienes la conforman.

Nadie puede poner en duda la sensibilización del colectivo ilicitano en el terreno de la discapacidad. Pero -os lo puedo asegurar desde mi actual experiencia- nos encontramos a años luz de la consciencia plena de la realidad de los afectados. Hemos de acercarnos a su día a día, ponernos en su situación, intentar sentir como ellos sienten. De nada sirven todas las infraestructuras posibles sin la colaboración de todos. Un coche aparcado ante una rampa supone un leve rodeo para quien disfruta de una movilidad total, pero es un verdadero problema para aquellos que la tienen mermada. Cualquiera puede ir al aseo en el local donde se toma una caña, unas tapas o unas copas, o en el lugar donde ha acudido a realizar unos trámites. ¿Cualquiera? Esto no son más que unos mínimos apuntes o ejemplos sobre lo mejorable. La lista podría hacerse interminable.

Desde las instituciones públicas podemos realizar campañas de sensibilización, pero es la sociedad en su conjunto, la conciencia y el comportamiento de todos y cada uno de sus miembros los que nos acercarán a una situación, si no ideal, sí mucho mejor. No dejemos, en absoluto, que sea un injustificado sentimiento de pena el que nos conduzca a unos comportamientos más acertados. La discapacidad no menoscaba en absoluto la condición como persona de quienes la sufren. En todo caso supone una merma en una de sus cualidades, pero por lo general esto supone la potenciación de otras que pueden ser muy útiles tanto en el trato coloquial como en el ámbito empresarial. Lo que reclaman no es lástima sino colaboración y comprensión. Nada más, ni nada menos. Acerquémonos a ellos, a sus vidas. No los compadezcamos. Ayudémoslos y entendámoslos. Así de simple.

Como responsable del área de discapacidad quiero dar las gracias a todos los ilicitanos por el camino andado. Pero, de igual manera, reclamo de todos nosotros salir de nuestra ignorancia. Es por ello que desde esta tribuna quiero entonar ese latinajo que da título a estas líneas y hacer un reconocimiento de una culpa que, aunque no consciente, se me ha mostrado como evidente y os invito a todos a salir de ella, y por seguir utilizando términos eclesiásticos, con un acto de constricción que empiece por el acercamiento y la solidaridad.