Llevo treinta y ocho años saliendo por las montañas y los senderos de toda España y siempre me han fascinado los hitos; esas señales, mojones o mugas (depende de la región, así se les llama) que nos aconsejan y marcan el camino que debemos continuar para no perdernos.

Cuando me aficioné al montañismo no existían esas señales que vemos hoy en día en la mayor parte de los senderos homologados por las diferentes federaciones deportivas, de color amarillo, rojo y verde -el blanco es común a todas- y que nos indican si el sendero es de pequeño o largo recorrido.

Entonces, cuando salíamos a la sierra, los itinerarios se traspasaban en la memoria de unos a otros e, incluso, se llegaban a guardar como grandes secretos, ciertos pasos o aproximaciones para salvar un pico o un collado y nos guiábamos por las señales de piedra.

Decía Joaquín Setantí: "no vayas por los caminos desusados: sigue las huellas de los que acertaron". Y esto en la montaña es de gran valor. A veces, el sendero no lo vemos bien, hay niebla, estamos cansados y, en ese momento, vemos un montón de piedras que nos alegran la cara.

Porque, a veces, pasamos al lado y no nos damos cuenta de su extraordinaria importancia y nada más que nos acordamos de esas piedras cuando estamos en problemas y miramos a nuestro alrededor, donde esperamos encontrar el montoncito salvador.

Los hitos no delimitan territorios ni marcan fronteras, sino que unen a los pueblos y, por tanto, a las personas. Son antiquísimos pues ayudan en las trochas y senderos que son las vías de comunicación más longevas que existen y no siempre se les ha dado el valor que tienen.

En nuestra orografía, jalonada de senderos y caminos, su presencia ha sido y es fundamental, para aproximar y guiar a comunidades distantes entre sí.

Los hitos, además, son el testigo humano en los paisajes, en las sierras y en las montañas porque denotan una solidaridad auténtica, sin fotos y sin premios, advierten preocupación por el que vendrá detrás a seguir el camino.

Cuántas veces me he preguntado ¿quién lo puso?, ¿para qué? Creo que esto es lo menos importante porque ese montón de piedras es un indicio de compromiso, de orientación para el caminante, indican el camino que otra persona hizo y que, cuando volvemos sobre él, aseguramos nuestros pasos gracias a la inquietud y prevención de nuestro antecesor en la senda.

Reconozco que tengo una confianza inusitada en los hitos y siempre, siempre, ante la duda, me dejo guiar por ellos y la experiencia me da la razón. Hay zonas de montaña que tienen una impronta de identidad en sus señales y cada una de ellas es reflejo de quien la hizo.

Aún recuerdo a un pastor, amigo de mi padre, que recorría con su rebaño las sierras de Navalafuente, Bustarviejo y Miraflores, que me decía: "cuando subas por ahí -refiriéndose a las cumbres- dile a la gente que no tire los hitos".

Y hoy en día, cuando salgo cada domingo al monte y sigo una senda y veo un hito, les digo a mis acompañantes -si no voy solo- que cuiden de él, que no vean sólo unas piedras y nada más, que no hay que darle una patadita y tirarlo, que ese montón de piedras es un montón de cariño, de sapiencia y de amistad.

Y, por supuesto, agrego una piedra, para seguir con esa cadena invisible y solidaria que nos debe unir a todos los que creemos en el placer de colaborar con quien quiere hacer un sendero.