Como la vida es pura, o impura, simetría, hay que poner ahora del revés lo que antes estaba del derecho. En el tejemaneje económico no hay diferencias entre socialistas y conservadores. Los unos y los otros están condenados a vivir y convivir bajo la egida alemana. Mande aquí quién mande, oponerse a la Merkel sería tan ingenuo como intentar detener un AVE con la mano. Tampoco cabe esperar que se organice ningún motín antigermano, en la despanzurrada Europa, donde aumenta la legión de los parias de la tierra, aunque sólo los veamos a veces en "Comando Actualidad". Así que, para marcar sus territorios, en estos tiempos tan confusos, la derecha y la izquierda recurren a los temas derivados del bajo vientre, que junto con los asuntos del dinero son los más universales.

Igual que lo real ha sido sustituido por lo virtual, que siempre resulta más confortable, en la democracia mediática las convicciones han sido relevadas por los correspondientes simulacros. Millones de personas se jactan de tener miles de amigos en su red social, que de poco les servirían en caso de apuro, aunque para la mayoría resulte una distracción muy barata, y para otros la única forma de comunicarse con un semejante. Casi todos tenemos algo de náufragos en el exceso de un mundo que ya no resulta abarcable, ni manifiestamente inteligible como en el siglo anterior. La política es un espejo del mundo, y también sus convicciones han dejado de ser inalterables, no porque los políticos sean unos desalmados, sino porque cada vez resulta más difícil mantener todo el tiempo las mismas certezas, en un planeta que no para de reinventarse a si mismo.

En cada tiempo político, el vencedor electoral acaba dando de comer al corpus social que lo encumbró. El PP se ha dado mucha prisa en satisfacer la hambruna de una parte de los suyos regalándoles ya algunas reformas. El ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, ha anunciado la del aborto, que puede tener consecuencias poco gratas para muchas mujeres. Aunque, como dice una amiga, demos gracias a Dios porque el PP se conforme con restringir el aborto y no nos prohíba directamente follar. En el acto del aborto hay algo de atroz atentado contra la naturaleza, no contra la moral, que es un invento de los terrícolas. Pero la naturaleza es atroz en si misma, como atroces han sido y son muchas acciones humanas. Y ante todo debería prevalecer el derecho de cada cual a hacer con su cuerpo lo que venga en gana, ya que el resto pertenece usualmente a los bancos. Resultará muy grotesco volver a discutir ahora sobre si el feto es humano o divino, con la que está cayendo. Si las derechas y la Iglesia Católica, que tiene todas mis simpatías por sus grandes contribuciones al arte y a la estética, defendieran a los desamparados con el mismo ardor que ponen en la defensa de un óvulo fecundado, mejor irían las cosas.

Al inteligente ministro de Justicia le debe de importar una berza la vida del dichoso embrión, pero con esta acción se reconcilia con la derecha más durilla que nunca le tragó. A muchos votantes del PP también les dará lo mismo que las señoras aborten pasado mañana o dentro de dos meses. Los cuerpos electorales ya no son lo que eran: hay de todo en todas partes. Serán estos asuntos del bajo vientre los pocos que podrá usar el PSOE, de una manera creíble, en su combate contra el PP. Porque cada vez que critican las decisiones económicas del actual ejecutivo la mayoría acabamos muertos de la risa.