Opinión

José Asensi Sabater

Mitos y realidades

Los sucesos problemáticos asociados a la crisis han venido a incrementar la sospecha de que la democracia falla en aspectos esenciales. Tras décadas de crítica a la democracia no es extraño que en tiempos de tribulación se haya disparado el desprestigio de los políticos, de los partidos, del funcionamiento, en fin, del sistema democrático.

Tales críticas, hoy predominantes, tienen un rastro de más de cincuenta años y se nutren de una nómina de personajes entre los que destacan Hayeck, Friedman, Mises, Huerta de Soto, y otros sacerdotes del liberalismo económico, sean de la escuela austriaca o de la de Chicago. Para todos ellos la democracia es un mito; lo colectivo y lo público, una excusa para recabar impuestos que sostienen a burócratas y empobrecen al sufrido contribuyente. La única realidad es el individuo, el homo economicus. Los partidos y otros entes colectivos de la democracia, o son agencias de colocación, o administradores de favores, o competidores por el voto, un voto que la gente no está en condiciones de ponderar, más allá del engatusamiento en que cae debido a la propaganda y a la mala ideología que se le inocula. Lo que se viene a decir, pues, es que no hay sino intereses, posiciones de poder y grupos de presión que se ponen el ropaje de democracia, o bien simplemente políticos que halagan al pueblo para disfrutar del estatus del poder, para reproducirse, mientras esquilman al pueblo.

Ciertamente, la mayoría de estas críticas a la democracia se esparcieron en la época en que las sociedades se esforzaban en construir lo que se llamaría Estado del Bienestar, "el monstruo filantrópico". El objetivo era combatir ese modelo en nombre de las esencias liberales, algo que, en tiempos recientes, ha servido para propagar la especie de que los mercados, y más concretamente, los financieros, no tienen por qué ajustarse a las trabas que proceden de gobiernos democráticos, puesto que éstos, o bien no saben lo que hacen o son tributarios de aquéllos, meros apéndices que deben seguir puntualmente sus instrucciones.

En este ambiente, se ha recibido un libro del nunca bien ponderado Alejandro Nieto, que pone en solfa el mito de la democracia y ahonda en la herida. Ni hay democracia, ni se le espera, dice Nieto: no es más que una gran mentira. Así ha sido siempre desde que el mundo es mundo. La democracia es un espejismo, un simulacro. Los políticos la utilizan en su beneficio y la gente se traga la mentira porque, en el fondo, no quiere saber la verdad.

Discutiendo estas premisas con un amigo atribulado, le propongo la hipótesis de por qué no levantamos el velo de la hipocresía y ponemos negro sobre blanco la verdadera realidad. Hagamos que los partidos sean sociedades anónimas, cuyas acciones sean los votos (o bien, directamente, los eliminamos). Pongamos a gestores que respondan a los objetivos fijados libremente por los mercados. Celebremos sus éxitos y ponderemos sus resultados. Punto final. (Ante la perspectiva, mi atribulado amigo retrocede, acaso pensando que las cosas irían mucho peor de lo que van).

El mensaje neoconservador hace años que se ha divorciado de la democracia: prefiere mercados anárquicos en lugar de regulados, técnicos en lugar de políticos, estados jibarizados en lugar de estados vigorosos. Considera que la democracia es un peligro y no cesa de fustigar a políticos, sindicatos, funcionarios y todo lo que huela a cosa pública. El modelo ideal es mercados y gente; en medio nada, o mejor dicho, grandes dosis de ideología.

Paradójicamente, la prédica del descrédito de la democracia persigue ahora al pepé como un boomerang, cuando el hecho cierto es que ha alcanzado en España un poder excepcional merced al voto. Tiene el pepé que convencer de que está ahí para garantizar el interés general, aunque sus bases nucleares sigan desconfiando de la democracia como tal y no esté nada claro que es lo que entiende por interés general (porque, como se ha dicho, para los propagadores citados y sus acólitos, éste no existe independiente del mercado).

Malos tiempos para la democracia, podemos colegir. Porque la democracia es el único sistema que permite que la gente se haga oir y pueda decidir. No estamos hablando sólo de la democracia parlamentaria, con ser ésta tan importante. La democracia tiene hoy otras muchas determinaciones, consecuencia de la mayoría de edad de la gente y de los instrumentos de que hoy dispone.

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