Recuerdo perfectamente, siendo yo joven, un viaje que hice a Madrid con mi familia. Íbamos de agradable paseo por la calle Preciados cuando vi un remolino de gente mirando algo. Como curioso que soy, me acerqué a averiguar el motivo de tanto gentío. Allí y por primera vez, descubrí a los trileros. Esos magos del engaño y el despiste y que, sin piedad alguna, estaban esquilmando a un pobre pueblerino, aún más que yo, con un arte y habilidad más propia de un circo. Todos ustedes saben cómo funcionan, huelga insistir. Sólo subrayar que se apoyan siempre en el compinche al que dejan ganar, para que pique el despistado. Y vaya si picó. Le sacaron varios fajos de billetes de mil pesetas y, una vez recogida la cosecha, desaparecieron igual de rápido que las bolitas de sus cubiletes.

Pues siento la comparación, porque un servidor, que vivió la dictadura y que confió siempre en los nuevos y prometedores políticos que la democracia nos regalaba, está viendo con tanta resignación como impotencia que estos, los de ahora, se han convertido en trileros de la política. Los primeros vivían para cambiar las oscuras y sombrías imposiciones de la dictadura, querían crear una España nueva, llena de libertad, de ilusiones. En definitiva, vivían para servir al pueblo. Ahora, estos trileros de pacotilla, usan la política para servirse, para vivir de ella, no para servir.

Estamos asistiendo, atónitos, a un desfile interminable de trileros que han convertido la política en un ruin y denigrante medio de vida. Son funambulistas que, al hilo del fino alambre de la política, viven eternamente de ella y con tanta habilidad y tino que nunca se caen. Y, como las pilas, duran y duran y duran. Y sin red, señores, que aún tiene más mérito. Podría estar citando nombresÉ pero, ¿qué más da? Los hay de todos los colores y de todos los bandos. Sí, de los bandos, porque esto se ha convertido en bandos para ver quien se perpetúa más.

Y estos trileros funambulistas no saben el gran daño que le están haciendo a la democracia. O lo saben y les resbala. Los ciudadanos hace tiempo que ya no creen en ellos. Nacen los "Indignados", los absolutamente decepcionados, como es mi caso. Te planteas no votar, con lo que costó conseguir este derecho. En pasar, dejarte llevar y que hagan lo que les venga en gana. Pero me niego en redondo. Costaron mucho estos derechos para que ahora estos desaprensivos lo conviertan en basura, en triste miseria. No, me niego rotundamente.

Y estos trileros no sé qué tienen pero están aumentando alarmantemente. A los nuestros, a los expertos españoles, se han unido como una pandemia, los europeos. Sus consignas, hechas sin pudor, nos están machacando, masacrando con la lamentable y fácil excusa de "salvarnos" del caos. Ahora inventan, obligados por los trileros europeos, una Reforma Laboral que no reforma nada, que perjudica, que daña. Ahora dan pasitos, uno tras otro, para el copago sanitario, para unos servicios educativos tercermundistas, aumentan el IRPF, el IBI y siguen aumentando, sin rubor, todos los impuestos que se ponen a tiro. Pero encima que nos esquilman más, nos dan menos. Ya digo, trileros.

Y como todos los trileros, tienen a los compinches que los animan y alientan para que sigan esquilmando. Ha nacido una nueva especie de "asaltacaminos", de bandoleros. Me refiero a las archiodiadas agencias de calificación. De un plumazo te rebajan la calificación de un país, sube la prima de riesgo, el contagio y ya está. El trilero viene y te esquilma, pero por tu bien, no el de él. Tiene huevos la cosa.

Llegan a tal espanto y desmedida que inauguran aeropuertos "sin aviones", ciudades míticas, de las luces, de las ciencias, en un plis-plas te inauguran un circuito de Fórmula 1, se inventan la Volvo Ocean Race, que no sé exactamente qué narices es, el maquiavélico Oceanográfico, etcétera. Para su mayor honra y perpetuidad. Pero estos trileros no están sólo aquí. Ya digo, es una pandemia que se extiende por toda España.