Nadie sabe ni dónde, ni cuándo, ni cómo fue; pero lo cierto, es que en algún momento de nuestra reciente historia, esta cuadrilla de rancios se hizo con la propiedad exclusiva de la Fiesta de Alcoy. Al margen de cualquier institución festera o política , asumieron su papel de guardianes de las esencias y a partir de ahí, se dedicaron a construir muros de prejuicios para separar a los buenos de los malos. Nadie sabe quién los nombró, pero ellos actúan con una autoridad que parece proceder de la inspiración divina. Ellos dictan las normas en su tribunal imaginario y el que no las acepte, tendrá que pasear por las calles arrastrando el vergonzoso sambenito de "traidor y antialcoyano".

Su inagotable ira afecta a todo el mundo: desde los directivos díscolos del Casal, a las socias de Fonèvol, pasando por cualquier ciudadano que se tome la libertad de ponerle algún pero a la estructura actual de su sacrosanta Festa. Tras su victoria arrolladora en la Guerra del Calendario, esta corriente de opinión se ha hecho más poderosa y conforme pasaba el tiempo, sus trasnochados criterios han acabado por convertirse en leyes inamovibles. Cualquier asomo de disidencia ha sido enviado a los infiernos o condenado al más absoluto de los silencios. Como el Rey Sol, esta banda de iluminados empieza a convencerse de que "la Fiesta somos nosotros" y hasta los políticos elegidos democráticamente se cagan de miedo cuando se encuentran ante este lobby antediluviano y "rovellat".

A base de extender la amarga semilla del mal rollo, estos pájaros de mal agüero han conseguido algo que parecía imposible: que miles alcoyanos hayan decidido coger el coche y emigrar cuando llega la Trilogía. Se trata de gente que no se identifica con un concepto de Fiesta encorsetado y excluyente; personas corrientes y molientes, que han dado por perdida la batalla con las hordas inmovilistas y que han decidido aplicar aquello de "ojos que no ven, corazón que no siente".

Por fortuna para Alcoy y para su Fiesta, en los últimos años está creciendo un cierto movimiento de resistencia ante la apisonadora del pensamiento único. Son personas o grupos aislados, con muy poca visibilidad pública, que sin embargo, están realizando una labor callada y efectiva. Son ciudadanos de a pie (festeros y mirons), que un día se plantearon las mismas preguntas: ¿quién demonios se han creído que son estos pelmazos?, ¿quién les ha dado autoridad para repartir certificados de pureza festera? y ¿por qué ha de estar bailando toda un ciudad al son que toca un grupo de talibanes pasados de rosca?

Tras darles vueltas a todos estos interrogantes, los resistentes han llegado a una conclusión rotunda y liberadora: en este puñetero mundo, todavía no ha nacido el tío que nos pueda impedir llorar con los sones de "Mi Barcelona", aplaudir ante el espectáculo de un buen cabo de escuadra o temblar hasta el tuétano con un Alardo. No, no hay nadie que tenga la exclusiva de los sentimientos festeros; la Fiesta es un universo abierto en el que cabemos todos, una celebración popular reñida con los dogmatismos y con el tan cacareado rigor, que cada día se parece más al rigor mortis. Frente a la prosopopeya épica y ruidosa de los integristas, hay un grupo silencioso de alcoyanos que cree que la Fiesta debe renovarse. Esta batalla anónima, llena de grandes derrotas y de pequeñas victorias, es un buen motivo para la esperanza.