Violencia que forma parte del paisaje cotidiano. Impulso de la misma encubierta tras mensajes crípticos, confusos, pero manifiestamente tolerantes con este tipo de acciones, cuya discriminación entre legítimas e ilegítimas, cuando incorporan los mismos elementos, es tan vaga, como voluntarista o interesada. Comprensión y tolerancia con la agresión, el insulto y la coacción.

Apelaciones a la democracia que se interpreta como concepto difuso, cuyos límites los impone cada cual, según su entender. Democracia sin referente en los principios esenciales del Estado de derecho, democracia que se identifica con la propia voluntad, con desprecio a la popular, la libremente manifestada en las elecciones y en Las Cortes. Democracia soy "yo" y quien discrepe de mí debe ser socialmente excluido.

Y, de este modo, bajo la excusa de un concepto de democracia relativo, subjetivo o, mejor dicho, absoluto en tanto identificado con los pensamientos únicos de tales intérpretes, se pide públicamente la desobediencia civil, el incumplimiento de las leyes que se consideran ilegítimas o inconstitucionales, aunque prescindiendo del Tribunal Constitucional para esa declaración, obviando el Código Penal en acciones reivindicativas poco ejemplarizantes, reclamando la no ilegalidad de instrumentos violentos a los que se parece, por tanto, considerar indispensablemente ligados al derecho de manifestación, exigiendo consultas legalmente prohibidas porque son democráticas, etcéteraÉ Inseguridad jurídica absoluta.

La democracia para algunos es lo que ellos piensan, no el respeto a la ley votada en Las Cortes por las mayorías requeridas. Solo si las leyes reflejan sus ideas son democráticas; si se apartan de ellas, deben ser incumplidas. Solo si las leyes aceptan de buen grado su forma de ver la vida, han de ser acatadas; en caso contrario, es obligación de los únicos demócratas, pedir la insumisión civil.

Miedo me dan estas posturas intransigentes, porque alimentan reacciones confundidas en ciertas minorías radicalizadas que juegan con la violencia y la soberbia del engreimiento totalitario de forma muy cercana. Basta ver las redes sociales para comprobarlo, las llamadas a esa violencia como respuesta inevitable que está calando como lluvia fina en unos pocos, pero que pueden complicar la convivencia si se transforman en un movimiento organizado. Y los responsables serán los que, iluminados por su propia autosatisfacción, la están fomentandoo amparando a los agresores -muchos jóvenes de fácil manipulación-, y criticando a quienes quieren poner freno a tanto dislate.

Basta ver grupos de adolescentes incontrolados penetrando en colegios o en emisoras de radio, agrediendo y amenazando con impunidad. Y lo que es más grave, algún partido político defendiendo este tipo de comportamientos que ven, se supone, ejemplares (detener a los autores de estos hechos constituye un atentado a las libertades democráticas). O justificándolo, pues un diputado de IU ha considerado que entrar en un colegio gritando "dónde están los curas que los vamos a quemar" y supuestamente agrediendo a una profesora, son cosas de quinceañeros con las hormonas encendidas. Una conducta normal y comprensible.

Toda justificación de estos actos, todo amparo a los mismos confundiéndolos con derecho alguno a manifestarse, constituye un exceso intolerable y una imprudencia decirlo. Y cada vez son menos los ciudadanos que se manifiestan, por el miedo a verse envueltos en altercados violentos. La calle empieza a ser de unos pocos.

Hay límites que no pueden sobrepasarse y cosas con las que jugar es irresponsable, porque es fácil que se vayan de las manos, siendo posteriormente muy difícil apagar los incendios. Un partido democrático no puede encabezar una rebelión civil amparando, aunque sea indirectamente, la violencia, el delito o la insumisión a la ley. Si así actúa se aleja voluntariamente del marco parlamentario y debe, si quiere iniciar ese camino, renunciar al juego democrático. Todo no cabe.

Siento una gran pena por la deriva de personas que he considerado inteligentes al verlas comportarse con auténtica irracionalidad, con ligereza excesiva, imbuidas de aires alegres adolescentes poco compatibles con su edad y experiencia. Llamar a la insumisión frente a leyes aprobadas por las mayorías constitucionalmente establecidas, además de una ilegalidad, supone abrir la puerta a que otros, los que no comparten otras muchas que éstos legitiman y elevan a la categoría de perfectas, puedan hacer lo mismo con base en su propio concepto del deber ser. De ahí al caos y al imperio de la ley de la fuerza hay un trecho corto.

Porque, quienes interpretan la democracia con su visión particular, deberán, para ser coherentes, entender que otros hagan lo mismo. No hacerlo y limitar lo democrático a lo personalmente interpretado como tal, es autoritarismo, que tiene muchas caras aunque se disfrace de discursos justificativos, como siempre ha sucedido a lo largo de la historia.

Mostrarse comprensivos con la violencia siempre pasa factura, pues la inmensa mayoría rechaza este comportamiento. Se equivoca quien opta por ese camino. Se está pasando de frenada. Lo que en un momento puede ser gracioso, se torna en temor cuando se hace cotidiano.

El cambio de paradigma económico global, tan necesario, no se va a conseguir atracando Mercadonas, apedreando a la policía, quemando curas o destruyendo contenedores. Si esa es la alternativa, estamos apañados, con perdón.