Qué difícil parece en las circunstancias tan tremendas que vivimos manifestar alegría navideña! Pero, ¿qué clase de alegría navideña? ¿La que se refiere al enloquecido derroche consumista en que hemos convertido la celebración de la Navidad? ¿El jolgorio de las comidas abundantes, de los regalos superfluos, de las luces y los brillos innecesarios? Cuántos despropósitos para festejar la Navidad, para conmemorar el nacimiento de un niño en un establo dentro de una cueva. Para recordar que los primeros que celebraron ese acontecimiento fueron unos pastores, los personajes más desfavorecidos de Israel. A ellos y solo a ellos les anunció el ángel el prodigio mesiánico: Os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor. ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a la humanidad!

Dios, Cielo, Paz, Humanidad. ¿Son conceptos hoy comprensibles? ¿Sabemos lo que significan? Si pensamos en Dios, ¿todavía lo vemos como un venerable de barbas blancas tantas veces representado en el arte? Si miramos al cielo, ¿creemos que es ese el Cielo donde habitan los bienaventurados? Y la Paz, ¿dónde está la paz en nuestro mundo? ¿Cómo hemos progresado los humanos tras milenios de historia? ¿Hemos vencido ya el egoísmo, los delitos, las mentiras, los odios, las venganzas, la perversión? Parece, pues, que celebrar la Navidad es un fraude, porque nada de lo que la Navidad manifiesta tiene sentido.

Sin embargo, es todo lo contrario, aunque nos sea tan difícil entenderlo, reconocerlo y apreciarlo. Celebrar la Navidad es creer fervorosamente en el nacimiento histórico de Jesús, que encarna todos esos valores tan quiméricos para algunos. ¡Porque Jesús es Dios, porque Jesús es Hombre, porque Jesús es quien nos trae la Paz para vivirla aquí como si ya estuviésemos en el Cielo!

En nuestra limitación, en nuestra difícil andadura humana, pasan los siglos sin darnos cuenta todavía de que a Jesús lo encontramos mejor en lo sencillo que en lo espectacular, lo grandioso y lo apoteósico, que tanto satisface a tantos. Que Jesús nació en la humildad y se reveló primero a los más humildes, dándonos ejemplo de actitud vital. Ahí está el mensaje de la Navidad, que es el mensaje de todo el cristianismo, por mucho que ahora casi no se reconozca.

Celebremos la Navidad, pero celebrémosla con la satisfacción del servicio, de la ayuda, de la abnegación, y con la gran esperanza de que, en medio de tantas dificultades, ser fieles a Jesús es nuestra verdadera alegría navideña.