Que el actual ministro de Educación es una llaga lacerante del gobierno Rajoy no es ninguna revelación extraordinaria. Cada una de sus intervenciones, y ha habido muchas a lo largo del año pasado, deja estelas parecidas a la del cometa Halley, que quienes tenemos cierta edad seguramente no veremos de nuevo, del mismo modo que es difícil que podamos ver a otro ministro de Educación que tense la cuerda con la técnica que lo hace el ministro Wert. Durante el año transcurrido ha ido acumulando con su particular proceder, sin apenas esfuerzo ni desmelene, adjetivos a cual de todos más sugerente: mordaz, impertinente, provocador, arrogante, irónico, ocurrente, ingenioso, etcétera. Es un toro de brava ganadería, por utilizar una imagen que él mismo se ha aplicado.

En nuestro país, ya en democracia, como los pactos en el campo educativo son pura ciencia ficción, existe una tradición de imponer leyes educativas, y la próxima no tiene visos de ser una excepción. ¡Y qué caray, el ministro está en su perfecto derecho a imponer su ley educativa! Porque no creo que le apetezca nada que se la tumben, como ya le pasó al PP en 2004 cuando, una vez ganadas las elecciones por el PSOE por el efecto bumerang del atentado de Atocha, vio entonces cómo su flamante ley educativa se fue directamente a la papelera a pesar de haber sido publicada en el BOE. Al fin y al cabo -debe pensar el ministro- la desastrosa situación actual es resultado del modelo educativo socialista imperante durante muchos años con tasas de fracaso escolar que siguen escalando posiciones de forma imparable. De modo que se haga lo que se haga con la nueva ley, difícilmente la situación empeore.

Dejando a un lado sus continuas declaraciones y ocurrencias, siempre polémicas -las del exconseller valenciano Font de Mora serían las de un aprendiz comparado con las suyas-, tendremos que reconocer, no obstante, que el ministro es embaucadoramente brillante y las palabras brotan en su boca de una forma tan envidiable que a veces parece que no le da tiempo a que su cabeza las filtre adecuadamente. Esa es la sensación que me produjo su comparencia en directo del día 12.12.12. Su dominio del discurso en la comisión de Educación, sin necesidad de consultar papeles, al contrario del resto de los interpelantes portavoces de la oposición, hizo que incluso cuando ninguneaba y despreciaba al adversario lo hiciera de una forma tan elegante y sutil que, aun cuando se encuentre en la cola de popularidad de los ministros, ese debate resultará de lo más civilizado que he presenciado en los últimos tiempos.

Su locuacidad durante sus intervenciones en el debate aludido fue sólo comparable a la del demiurgo Felipe González, y les juro que desde entonces he soñado más de una vez con un debate dialéctico entre ambos en el que se desangran única y exclusivamente con el arma pirotécnica del verbo sin llegar a ninguna conclusión, estrategia bastante común entre aquellos políticos que no se apean del caballo a pesar de que la lanza del adversario les haya alcanzado mortalmente.

Su clara alineación con la superestructura eclesiástica le deja enemistado con todas las demás del sistema: rectores una semana, padres y madres otra, estudiantes la siguiente, la marea verde a continuación y así rotativamente. Es un maestro consumado en el arte de la tauromaquia, de tal modo que, en este momento, sólo los obispos descansan relajados y contentos, y dan gracias por no tener que volver a las manifestaciones multitudinarias en las que se vieron obligados a participar en la anterior legislatura.

Y a estas alturas uno escucha escéptico el mantra cansino del "derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos", que resulta una falacia, pues aunque los padres y las madres tengan todo el derecho del mundo, al final, en la práctica los sistemas educativos hacen lo que buenamente pueden. ¿O acaso creen que una familia valenciana que se traslada temporalmente a Galicia, pongamos por caso, logrará que se cumplan sus deseos de que sus hijos durante ese tiempo sean escolarizados en la línea en valenciano?

Últimamente incluso la respiración del ministro se ha convertido en fuente permanente de noticias en cualquier medio de comunicación. Y si no me creen, creen ustedes durante semana una alerta en Google con su nombre y quedarán sorprendidos de la cantidad de noticias que su palabra seductora irradia.

Seamos sensatos de una vez; ni unos ni otros han dado nunca su brazo a torcer, y no hay visos de que esto vaya a ocurrir ahora. El ambiente que se respira no presagia consenso inmediato de ningún tipo; temas como la supresión de la Educación para la Ciudadanía, las becas estudiantiles, la religión, la FP, el bachillerato, la formación del profesorado universitario, las reválidas en secundaria o la regulación de la autoridad docente sólo se pueden torear con éxito en una plaza cuando Dios -reminiscencias de Bob Dylan en With God on Our Side-, o al menos la Iglesia, está del lado de uno y te inspira palabras como: "Me trae sin cuidado que pidan mi cese una y otra vez". Está claro que detrás de una actitud así, uno tiene la absoluta certeza de que un ángel de la guarda guía sus pasos.