Hace tantísimos años que se viene oyendo la famosa frase "Ladran, luego cabalgamos" que es imposible recordar cuando la oí por primera vez y quién la dijo entonces. De lo que sí estoy seguro es que, al confesar mi desconocimiento de su progenitor, fue achacada a El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha por casi todos mis interlocutores. Volví a leer y releer El Quijote y, por fin, encontré la frase que confundía a tanta gente, aunque les justificaba plenamente porque no desvirtuaba en absoluto el sentido de la idea.

La mayoría de mis amigos y conocidos seguían creyendo que la frase era del libro de Cervantes pero algunos la atribuían a Rubén Darío, a Unamuno y, en fin, a otros presuntos autores. Los años fueron pasando, no menos de 20, sin hallar la respuesta, hasta que un día no muy lejano, sucedió el hecho, tanto tiempo anhelando, como oírlo en un concurso de televisión. Era Goethe.

Por todo lo antedicho, pedí a Obdulia Murguía, bibliotecaria de la Universidad de Alicante, que iniciara una búsqueda de la literatura de Goethe y de las relaciones de este autor con otras frases similares. Sin duda fue el poema Ladrador (Kläffer) de 1808 en el que Goethe usa la frase por primera vez "Ladran, señal de que cabalgamos". La traducción del bibliotecario Roberto Gómez Junco, Jr., dice así: "Cabalgamos en todas direcciones / en pos de alegrías y de trabajo; / pero siempre ladran cuando / ya hemos pasado. / Y ladran y ladran a destajo. / Quisieran los perros de la cuadra / acompañarnos donde vayamos, / mas la estridencia de sus ladridos / sólo demuestra que cabalgamos".

Esta forma de expresarse se recoge en una alocución griega anónima, que se refiere a que "la persona de éxitoÉ. siempre tiene gran cantidad de enemigos que, como perros, le siguen y ladranÉ". En latín hay una frase, también de autor anónimo, que dice: "Ladran y sabéis al momento que cabalgáis por delante de los demás". En el idioma turco Walter Keating Nelly, 1859, cita un proverbio de origen otomano de una inquietante similitud: "Los perros ladran, pero la caravana avanza". Sin embargo, la referencia bien documentada más antigua en relación con Goethe que se ha encontrado está en inglés (Godey y Buell Hale, 1868): "Goethe nunca dijo algo más verdadero que: Cuando los perros ladran, sabemos que cabalgamos". También en inglés (sir William Bellairs, 1889): "Como Goethe nos dice: cuando los perros ladran, es la prueba de que cabalgamos".

No se sabe de una forma evidente quién mencionó la frase por primera vez en castellano. La referencia más antigua conocida es de Edmundo González Blanco, 1903, que dice: "El perro, empleando la comparación de Goethe, quisiera acompañarnos desde el establo; pero el eco de sus ladridos nos prueba que cabalgamos".

Goethe expresa con toda claridad que "los ladridos son señas de que se avanza". Muchas referencias tienen igual sentido; mientras que en otras la idea es que "se avanza a pesar de los ladridos". La diferencia es bastante evidente: en la primera acepción los perros, no beligerantes, ladran porque algún amigo se va; mientras que en la segunda los perros significan el peligro de una agresión, ladran porque algún enemigo está cabalgando.

Difícil es saber cuándo se coló Sancho en la expresión. Alguien supuso que la frase era del Quijote y le agregó el Sancho, con mucha fortuna porque el error se propagó exponencialmente. No se sabe quién fue el primero en cometer tal equivocación, pero Juan Sabato, 1945, usa la frase con "el Sancho ya incluido".

En la lectura cuidadosa del Quijote, en el capítulo XLI, De la venida de Clavileño, É se encuentra la frase que, sin duda alguna, fue la que confundió a tanto intelectual: una situación, una consecuencia. Don Quijote y Sancho cabalgan con los ojos vendados a lomos de Clavileño, que no se mueve de su sitio original, cuando Don Quijote nota que llevan el viento en popa, pues desde el jardín de los duques les estaban soplando con mil grandes fuelles, por lo que comunica a Sancho que deben estar llegando a la segunda región del cielo y que, si siguen subiendo, pronto darán con la región del fuego. En ese momento con unas estopas de cáñamo, ardiendo en la punta de unas cañas, les calentaban los rostros. Sancho, que sintió el calor, sin destaparse los ojos, dijo: "-- Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, É".

Esta frase es, si duda alguna, la que fue objeto de tanta confusión: en ambos casos, tanto los ladridos como el fuego, son causas conocidas que conducen necesariamente al desenlace de un efecto esperado. Naturalmente, la mayoría de la gente, entre los que están las decenas de mis interlocutores, afirmará ahora que ya lo sabían, y tendré que pensar que en tantísimos años tuve la mala suerte de no dar con ninguno de ellos.