Hace unos años, como consecuencia de la aparición de dos miomas de considerable tamaño en mi útero, tuve que someterme a una histerectomía. Como saben, esta operación quirúrgica consiste en la extracción del útero (o matriz), de tal manera que, aunque se conserven, como es mi caso, los ovarios y el óvulo pueda ser fecundado, no puede anidar. Vaya, que no hay embarazo posible. Pues bien, cuando ingresé en el hospital hube de firmar el consentimiento informado, ya saben, ese documento donde te explican en qué consiste la intervención, qué riesgos conlleva, etc. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que todo estaba redactado en masculino, desde el encabezamiento hasta el lugar donde debía estampar mi firma. Bajo un rótulo bien grande que ponía "Histerectomía" aparecía la descripción de la operación y a continuación "el paciente" repetidas veces. Así que, bolígrafo en mano, me dediqué a tachar el artículo masculino y sustituirlo por el femenino, antes de proceder a firmar. La enfermera observaba perpleja; entornando los ojos, me preguntó en forma retórica "¿Tú eres muy feminista, verdad?". Como comprenderán, no la iba a engañar y mucho menos a pocas horas de entrar a quirófano (¡líbreme Dios!). Le contesté que sí, que muchísimo y eso le hizo esbozar amplia sonrisa, enorgulleciéndose de su perspicacia. Me dijo que lo supuso porque casi ninguna mujer se dedicaban a corregir el documento como yo lo había hecho. Le pregunté cuántos hombres se habían sometido a esa operación y mirándome compasivamente (por mi manifiesta ignorancia al hacer la pregunta, presumo) me dijo que, obviamente, ninguno "porque no tienen útero", me especificó. Entonces le pedí que me explicara la razón por la que el documento del consentimiento informado para una histerectomía estaba todo redactado en masculino si jamás un hombre habría de firmarlo. Afirmó que nunca había reparado en ello pero que iba a proponer la supervisión del lenguaje de esos documentos.

Les cuento todo esto no con la finalidad de poner en evidencia lo increíblemente ridículo y erróneo que resulta utilizar el masculino genérico (que también, además de constituir una violencia simbólica), sino de plantear una reflexión a partir de una obviedad: sólo las mujeres pueden quedar embarazadas, por lo tanto sólo las mujeres deben decidir sobre su embarazo. La jovencísima ley de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo no reconoce el mal llamado derecho al aborto, sino el derecho de las mujeres a decidir por sí mismas sobre su embarazo. Si este derecho a decidir no se reconoce se está negando a las mujeres su autonomía, su libertad. Ése es el objetivo del ministro de (In)Justicia al anunciar la reforma legal: convertir en delito lo que hoy es libertad.