Trato de ponerme en la piel de la ministra de Sanidad, Ana Mato. Lo ha suplicado Carlos Floriano, vicesecretario general de Organización del PP, en el programa de Pepa Bueno en la Ser, del que soy fan declarada. Dice Floriano que si nos ponemos en el lugar de Mato no dimitiríamos porque las mujeres no saben lo que hacen los maridos. Pésimo argumento, propio de un hombre. En cuestiones de líos de faldas no le quito la razón, somos las últimas en enterarnos, pero en lo referente al dinero es difícil que nos pillen descuidadas. Es algo genético. No es sencillo ser Ana Mato, esa ministra cuyo mejor momento del día, según ella misma reconoció en una entrevista, es ver cómo visten a sus hijos; el servicio, of course. Gastar 4.680 euros en confeti en una fiesta de cumpleaños de tu marido no es detalle que pueda pasar fácilmente desapercibido para una mujer. Si lo has de pagar tú, seguro que no hay confeti. Lo mismo en el caso de las flores gigantes, a razón de 180 euros cada una, o un grupo de globos por 400 euros para una fiesta de cumpleaños de uno de los niños. Imposible ser Ana Mato. No podría fingir ignorancia en cobros indebidos y gastos fastuosos porque habría sido consciente del coste de todo y, cuanto menos, habría sospechado y preguntado a mi cónyuge de dónde salía semejante dispendio, teniendo en cuenta los ingresos de ambos. Por eso no puedo creer que la ministra disfrutara de todo sin enterarse de nada, ya que, precisamente, me pongo en su lugar. Debería dimitir. Dar por bueno lo que explica ella sería admitir que es una inocente, algo que también resulta inaceptable para alguien que está al frente de un ministerio, en su caso el de Sanidad, en estos tiempos tan críticos, en los que se necesita que estén en el servicio público los más listos y diligentes.