Aumenta en los últimos tiempos el número de personas que en edad de trabajar se marcha de nuestro país. Si tenemos en cuenta que el paro juvenil alcanza ya más del 50%, muchos tienen menos de treinta años. Otros, sensiblemente mayores, emulan la iniciativa de nuestros padres y abuelos e intentan desesperadamente buscar una salida a su precaria situación laboral y al desempleo. Aumentan proporcionalmente los programas de televisión que reflejan este éxodo masivo. Entrevistas, titulares de noticias retoman insistentemente el tema. Volvemos a los años 50 y 60 en los que muchos españoles emigraron al norte de Europa con todo lo que conllevaba: matrimonios separados, hijos educados por las abuelas, una juventud que abandonaba su país sin fecha de retorno. Muchas han sido también las películas y los documentales recordando esos tiempos duros de trabajo y sacrificio en los que no había lugar para la idealización frívola y costaba mucho hacerse un hueco en un país extranjero.

Como si de un remake se tratase, la situación es muy parecida en la actualidad aunque con algunas diferencias. Las maletas ya no están atadas con cuerdas, ahora son trolleys, llevan móvil, Ipad y portátil pero se van. Ahora nuestra juventud emigra pero la que se va es mayoritariamente la que tiene estudios universitarios, la juventud mejor preparada de la historia se marcha, a su pesar. Y digo bien, a su pesar, porque quien emigra por placer es quien tiene la posibilidad de quedarse y sólo un motivo personal le impulsa a ello. Puede ser por amor, por gusto, por vocación o por intereses profesionales pero con la certeza de que la decisión es suya. En este caso, los jóvenes están abocados al exilio porque en su país los maltratan. Como dice una viñeta que circula estos días por internet "No se van, los echan". Y no hay espíritu aventurero o ganas de hacer turismo detrás, hay necesidad y los echa su país. Un país que ostenta una de las más altas tasas de paro juvenil de la UE; los echan las empresas con sus eres; los echa un país que permite que los jóvenes estén cobrando sueldos míseros o incluso trabajen sin contrato; los echa un gobierno que reduce la inversión en investigación, en educación y en becas; los echa un sistema injusto que concede amnistías fiscales a los que defraudan y se ceba legalmente pero sin piedad con los que menos tienen; los echa un país en el que los emprendedores, jóvenes en su mayoría, encuentran aquí más trabas para montar su negocio que en cualquier otro país; los echa un país en el que no pueden independizarse aunque tengan treinta años, porque por muy preparados que estén, el mercado laboral no los quiere -demasiado bien preparados para la precariedad laboral que hay en España. Se van porque no aguantan más.

Frente a este diagnóstico, un sector de la sociedad, especialmente entre nuestros gobernantes, se empeña en ver la cara amable del tema. Así aluden sin pudor al "espíritu aventurero" que se esconde detrás de cada joven que se va, al enriquecimiento que proporciona el conocimiento de otros países y otras culturas o se editan guías para informar a los jóvenes que se van a Europa a labrarse un futuro. Ésta es una de las iniciativas que hace unos días ha puesto en marcha la Diputación de Alicante en colaboración con técnicos de la Concejalía de Juventud de Ibi con el fin de "poner en marcha todas las acciones necesarias para que nuestros jóvenes tengan posibilidades de acceder a un puesto de trabajo". Sin quitarle mérito a la iniciativa y dando por hecho que hay buena voluntad en el proyecto, no sé si eso es lo que quieren nuestros jóvenes, no sé si eso es también lo que desean sus padres y familiares y no sé tampoco si eso es lo que necesita este país o ello ahondará todavía más en nuestra miseria. Porque ¿si la gente mejor formada se va, qué y quién quedará en España? ¿Cómo va a repercutir en la economía española esta amputación? En unos momentos en los que se habla de la sostenibilidad del sistema, si dentro de unos años, con una población mayoritariamente envejecida, se instauran los mini-jobs a la vez que la población activa se reduce por la emigración, está claro que nuestra sanidad o nuestro sistema de pensiones, por ejemplo, serán insostenibles. Convendría repasar, cuantificar el coste a largo plazo que tendrá para el país este éxodo injusto e injustificado. En unas semanas donde la actualidad del país está monopolizada por el caso Bárcenas, la corrupción generalizada, las amistades de la corona o el derecho a la autodeterminación, hay que decir que nuestros jóvenes se van porque su bandera -sea cual sea- ni los representa ni se acuerda de ellos. No me extraña que la desafección política se dé mayoritariamente entre la población joven; es difícil asumir tal sentimiento de orfandad sin gritar "que se vayan ellos" en alusión a los políticos, en lugar de ellos. Y, fíjense si están hartos que han creado una página web, que han abierto un perfil en twitter con el demoledor nombre de Juventud Sin Futuro (JSF) donde denuncian los motivos que les han llevado a esta situación e instan a una protesta generalizada. Tal vez entre tanta guía e imbuidos de espíritu aventurero se disipen sus pretensiones y sus frustraciones. Porque su fracaso es el fracaso de un país, el nuestro.