Ala hora de comunicarnos con los demás, empleamos, por lo general, el lenguaje oral o el escrito. Así logramos transmitir una información de forma rápida y eficaz. Ahora bien, si nos detenemos sobre esta idea, veremos que, en ocasiones, estos medios son insuficientes. Cabe la posibilidad de que lo que necesitemos transmitir no pueda encorsetarse bajo la forma de la palabra. Es el caso de los sentimientos. Verbalizar un sentimiento resulta incómodo, y podemos sentir que lo hemos estereotipado. Que sólo hemos representado un convencionalismo, que no termina de abarcar esa sensación.

Pese a que las manifestaciones artísticas son algo más que una forma de expresarse, podemos otorgarles esa capacidad para hacer llegar al espectador un sentimiento determinado. Por ejemplo, en pintura, obras como El grito del noruego Edvard Munch logran transmitirnos con exactitud esa ansiedad del autor que necesita ser liberada. La aceptación de la derrota y la nobleza del vencedor con ese gesto respetuoso, quedan patentes en La rendición de Breda, lienzo pintado por Diego Velázquez. Del mismo modo que la mercantilización del arte se refleja en la mayor parte de la obra de Andy Warhol.

Con la música sucede algo similar. Siendo el arte más abstracto, actúa como soporte perfecto para canalizar esos conceptos que se escapan de las concreciones. Por eso nos emociona una canción, o nos revitaliza otra.

Cómo no sentir tristeza al escuchar la Marcha fúnebre para el funeral de la Reina María de Henry Purcell, o acercarse a la redención con la Lacrimosa del último réquiem compuesto por Mozart, o experimentar la energía con el We Will Rock You de los Queen.

Determinados colores (cálidos o fríos), determinadas formas (curvas o angulosas), determinados sonidos (armónicos o estridentes), logran generar en nuestro interior sensaciones como ninguna palabra podría hacerlo. Posibilitan que conectemos con determinado recuerdo, que nos alegremos, que nos llenemos de arrojo...

Educarnos en el manejo de cualquiera de estas manifestaciones artísticas nos servirá para sacar de nuestro interior esas sensaciones y compartirlas con el mundo. No resultará tarea fácil llegar a manejarnos diestramente en estos campos, como no lo es aprender a escribir, pero probablemente merezca la pena.

Observemos en los niños ese impulso por coger unas ceras de colores y esbozar sobre el papellas imágenes que encuentran en su interior. Cómo eligen los colores y cómo representan emocionalmente su percepción de cuanto les rodea. No sería, por tanto, descabellado retomar aquella temprana iniciativa, buscar un modo no verbal de representar un sentimiento, y transmitirlo. Tal vez nos sorprendamos.