Cómo se nos llena ahora la boca hablando de la valentía de los trabajadores públicos que lo dejaron todo por socorrer a las víctimas. Alivia comprobar que cuando el infierno se desata no estamos solos. Pero resulta que esos mismos héroes de hoy eran los vagos improductivos de ayer, los que debían ser reestructurados con presupuestos más «dinámicos».

Qué cinismo esconden las loas gubernamentales a esos servicios que hay que cerrar por poco competitivos. Al parecer las arcas públicas no pueden soportar el peso de tanto profesional responsable. Me recuerdan a esas escenas de ruptura «eres demasiado bueno para mí, no te merezco». Eso será, que no nos merecemos un sistema público capaz de movilizarse de esta manera en medio del desprestigio y los recortes, sino un pésame de copia y pega. De hecho, ¿cuánto tiempo llevamos viviendo en un pésame de copia y pega?

Si los acontecimientos siguen el miserable rumbo actual, quizás en la próxima tragedia (que la habrá, las desgracias no ocurren sólo en la India o en Haití) ya no podremos hablar médicos que abandona sus vacaciones para ayudar, ni de bomberos que postergan una huelga indefinida para prestar auxilio (¡con lo pérfidos que son los huelguistas!). Ya no tendremos ninguna televisión pública autonómica que llegue donde las grandes cadenas no tienen tiempo, ganas o presupuesto para llegar. En cambio, observaremos el pánico de trabajadores temporales mal pagados que llevarán unas pocas semanas en el puesto y no sabrán qué hacer, o de empresas concesionarias que se desentenderán. Porque ayudar en una tragedia no sale rentable económicamente y, como estamos aprendiendo, lo primordial es la rentabilidad. De eso sabemos mucho los veinteañeros, carne de cañón de ETT y de miseria disfrazada de aprendizaje.

Entonces descubriremos que tener una plantilla estable y comprometida con su puesto es mejor que dejarse llevar por baratísimas subcontratas de subcontratas en las que los empleados desfilan como alma en pena cada dos meses. Por eso son necesarios los profesionales experimentados y formados, aunque resulten más caros que cambiar de becario cada año. Por eso debemos importante invertir en capital humano y no sólo en infraestructuras vacías.

Nos venden que es preferible una sociedad difuminada, sin organizaciones sólidas a las que acudir. Que la información local no importa y lo que sucede a dos calles te lo puede contar Twitter. Que tener vocación es un obstáculo para prosperar en la vida, «no hay que estudiar lo que uno quiera sino lo que tenga salidas», como si sentir pasión por tu trabajo te hiciera débil. Los maestros que hace meses pagaron la matrícula que sus alumnos no podían afrontar o el personal sanitario en paro que acudió el jueves a los hospitales porque sabía que su conocimiento tenía un valor, aunque no fuera en el mercado, se han comportado como unos estúpidos según la lógica imperante de «produce hasta morir».

Aplaudamos mientras podamos los últimos rescoldos de un tejido social vertebrado antes de vernos atrapados en la fragilidad de los beneficios cuantificables y cortoplacistas. La próxima vez que os hablen de funcionarios privilegiados, cafelitos y mamandurrias, recordad Galicia y pensad en quién os gustaría que atendiera a vuestro padre, hermana o novio en medio del desastre. Y luego moved el culo y haced algo para que así sea.