Algunas veces olvidamos que la democracia es un sistema político cuya salud depende de todos los que podemos influir en ella. Jueces, políticos y ciudadanos, como actores principales conforman las instituciones que dan, o quitan, calidad democrática al sistema político. De nuestro comportamiento, de nuestras actuaciones, dependerá que el sistema camine correctamente o, por el contrario, tenga un funcionamiento defectuoso. En cualquier caso, cada cuatro años los ciudadanos tienen en su mano la decisión de cambiar de actores o al menos parte de ellos. Esa es la esencia de la democracia. Si creyera en la perfección del hombre, creería en la perfección de la democracia. Hay quien utilizando el poder que precisamente la democracia le entrega, la hace retroceder. Son aquellos que con sus acciones minan la calidad de nuestra democracia porque se sienten más cómodos, más a sus anchas cuanto menos calidades tiene. Desgraciadamente tengo que admitir que España y nuestra Comunidad, tiene una democracia débil, una democracia de baja intensidad.

Ortega y Gasset decía que: «el hombre no tiene naturaleza, tiene historia». Es la historia lo que determina nuestra esencia, y por lo tanto también influirá en nuestro futuro. No lo determinará, no creo en el determinismo histórico, pero indudablemente influirá en nuestro futuro. Por ejemplo: el endeudamiento de la Generalitat Valenciana llega a tal extremo que el pago de esa deuda nos tendrá empeñados durante los próximos treinta años. Muchos de nosotros posiblemente no estaremos para ver el finiquito de la deuda. Esto forma parte de la historia valenciana de los últimos quince años. Aún así no determinará nuestro futuro, pero indiscutiblemente influirá en él. Es lo que el Premio Nobel de Economía de 1993, Douglas C.North denominaba «dependencia de la senda», aludiendo al hecho de que toda elección depende de las elecciones previas. Los que soportamos una hipoteca familiar lo entendemos perfectamente: hipotecarnos con una casa puede hacernos renunciar a otras elecciones, por ejemplo a viajar. Lo mismo ocurre a escala social, pues las decisiones institucionales tomadas por los políticos pueden hipotecar, o por lo menos comprometer el futuro de nuestro país, como ocurre con los recortes y el desmantelamiento del Estado del Bienestar.

Otro ejemplo de rabiosa actualidad ha sido la feroz depredación constructora del territorio, factor determinante de nuestro futuro y del que posiblemente estaremos hipotecados de por vida. De ahí la importancia de saber lo que hacen los políticos y también de cómo lo hacen. Eso que llamamos transparencia. Una democracia de baja intensidad no desarrolla mecanismos que vigilen la desigualdad ante la ley, el clientelismo, la arbitrariedad y la corrupción.

Políticos de honestidad dudosa se sienten como pez en el agua en democracias de baja intensidad. ¿Cómo distinguirlos? Muy fácil, igual que las ideologías, no por lo que dicen, si no por lo que hacen y cómo lo hacen. Y suelen hacer tres cosas. La primera es controlar los medios de comunicación para comunicar sólo aquellas acciones del poder ejecutivo que les convenga. Segundo, minusvalorar el papel de las instituciones y usar el poder legislativo a su favor, imponiendo absolutamente la mayoría absoluta que tenga. Y tercero, influir y presionar sobre el único de los tres poderes que no le competen directamente, el judicial.

Entiendo que estos extremos utilizados por la derecha para conseguir sus fines consisten en inventar «realidades» a fin de que les sirvan para conseguir sus objetivos. Lo cual genera una desconfianza aún mayor de los ciudadanos hacia los políticos. El problema de fondo es que ese desprecio por la verdad que tienen algunos políticos nos hace esclavos a los ciudadanos. Que se quiera imponer una realidad inexistente y que se convenza a mucha gente de que esa es la verdadera realidad y no cabe otra, nos encauza por la senda del totalitarismo.

No valen argumentos, no valen razones. No vale más que la imposición por la fuerza de mi única ideología, de mi única verdad. Entonces llega el momento de cambiar a los políticos. Porque los políticos, como los pañales, necesitan cambiarse, a menudo por la misma razón.