Se ha instituido la inmediatez de la rentabilidad económica como símbolo de éxito social y los gestores de la economía, ya sea a nivel macroeconómico como a nivel de empresas, aplican sus medidas con una visión inmediatista de la rentabilidad que, lejos de complementar y lograr la verdadera riqueza de los pueblos: la rentabilidad social, como es el caso de la ONCE, se convierte en una medida antagónica, con consecuencias desintegradoras de la filosofía de rentabilidad social, que establecen sus principios fundacionales.

La rentabilidad social que proclama la mucha y millonaria propaganda de la ONCE se ha evidenciado como un lavado de cara en una institución subvencionada por el Estado y que, gobierno tras gobierno, uno de cada color, se han ido sacudiendo la responsabilidad de su vigilancia interna.

En su caso, la ONCE hace mucho tiempo que se subió al carro de la moda de los recortes en sus servicios y prestaciones sociales, incluso fue pionera cuando estableció dos escalas salariales abonando un 30% menos al personal contratado que, por supuesto jamás consolidaron su plaza. Una sub-raza laboral que ha aumentado conforme disminuye el número de fijos en plantilla, a los que cada vez más se les alienta a pactar despidos (o ni siquiera pactarlos, esto son lentejas) o a acelerar su jubilación anticipada, que aparece ya como única esperanza a la subsistencia.

La sombra del paro, es un argumento convincente ante el chantaje descarado de la explotación. Los sistemas esclavistas vuelven a tomar auge, convirtiéndose la ONCE en una empresa más de las que se frotan las manos ante el panorama económico, sometiendo a los individuos a jornadas que exceden las diez y doce horas diarias, siete días a la semana. Todo ello, dice la empresa y muchos de los propios afectados: «voluntariamente». Pero la verdadera razón, es si no alcanzan los niveles exigidos de «rentabilidad económica» los contratados no vuelven a firmar contrato y los fijos, son sancionados sin empleo y sueldo por periodos que van en aumento hasta llegar al despido.

También les ha tocado el turno a los Servicios Médicos de Empresa, despidiendo en pocos meses a una treintena de profesionales de media España y poniendo a la cola de ese mismo destino a la otra media. Pero volvemos al punto de partida: la prevención de la salud no es «rentable» para la ONCE. La rentabilidad social es un lastre y externalizan ese servicio, ahorrando coste social para aumentar beneficio económico que, paradójicamente, sería el que debería cubrirlo.

Hace pocos años la ONCE añadió el invento de la venta de productos a través de gasolinera y estancos, que incurren en competencia desleal y directa con los propios vendedores de cupón. Mintieron a los trabajadores asegurando que los productos puestos a la venta en estos establecimientos, serían diferentes de los que comercializaran los vendedores, pero ahí está la evidencia: son los mismos productos.

Sin embargo, se siguen ocultando sin ningún pudor los sueldos millonarios de los dirigentes de la ONCE. Todas estas cuestiones, desde CGT las venimos denunciando desde hace mucho.

La rentabilidad social, que debería ser la beneficiaria de la rentabilidad económica, ha sido ninguneada en las políticas de empresa de instituciones como la ONCE, que se ha sumado encantada a la moda de los recortes.

Cuando el concepto de rentabilidad cambie radicalmente en los programas políticos de partidos y entidades pretendidamente sociales, como la ONCE; cuando se gestione la sociedad a partir de objetivos de rentabilidad social, entonces, los ciudadanos y ciudadanas, podremos decir que se abre una ventana a la esperanza.