Podríamos pensar que la explicación y solución a muchos de los problemas por los que atravesamos pasa por la naturaleza de los resultados obtenidos en las distintas convocatorias electorales que se suceden periódicamente. Sin embargo, siendo éstos importantes, no son, ni mucho menos, el único factor que interviene de forma decisiva sobre la situación en que se encuentra nuestra sociedad, y aquí, en esta Comunidad, tenemos un buen ejemplo de lo que decimos. Cuando los profesores de Harvard Daron Acemoglu y James A. Robinson trataron de conocer por qué triunfan o fracasan los países, se encontraron con que la participación de las élites es mucho más decisiva de lo que parece, hasta el punto de elaborar una de las teorías contemporáneas más exitosas sobre su papel y responsabilidad en países fracasados. Para estos profesores, en muchos países que fracasan existirían unas élites extractivas, caracterizadas por dedicarse a obtener recursos de la población a costa de generar pobreza, endeudamiento y corrupción. Nos suena, ¿verdad? Lo más llamativo es que, según estos investigadores, tener instituciones políticas inclusivas, donde los ciudadanos puedan participar activamente y se actúe con justicia, respetando el pluralismo político y el Estado de derecho, permite que los países progresen, alejando así la corrupción y la desigualdad. Cualquiera diría que trataban de conocer nuestras debilidades.

De manera que el papel de las élites, su actitud y comportamiento en la marcha de los países, parece tener una importancia mucho más decisiva sobre todos ellos de lo que habitualmente se supone. Sin embargo, nos equivocamos profundamente si pensamos que esto solo afecta a las élites políticas, como en España han sostenido autores como César Molinas, o más recientemente Podemos con su famoso discurso sobre la «casta política», exitoso en términos de marca pero muy deficiente a la hora de diagnosticar de manera precisa dinámicas y responsabilidades. Pero para quienes crean que esto de la casta es un invento de Pablo Iglesias, deberían leer el libro que con el mismo título, «La casta», publicaron en Italia Sergi Rizzo y Gian Antonio Stella en el año 2008 convirtiéndose en uno de los más leídos del país, donde retratan al milímetro muchos de los tópicos que desde Podemos se han ido desplegando al hablar de la casta política, con un trazo tan grueso como impreciso.

Sin embargo, es completamente cierto que muchos de los problemas que arrastramos se deben a la responsabilidad de unas élites fallidas, extractivas o no, que van mucho más allá de las políticas. También las élites económicas, y las culturales, y las académicas, y las empresariales tienen mucho que ver con nuestra situación, unas veces por las decisiones irresponsables y negligentes que han protagonizado, pero en otras, sencillamente por su pasividad y silencio. Porque ha habido demasiados silencios cómplices a nuestro alrededor, como cuando se alimentaba de forma artificial una gigantesca burbuja especulativa; mientras se saqueaban las cajas de ahorro; al ver cómo pasaban los años sin disponer de una adecuada revisión del PGOU para la ciudad; cuando se convertía a Radio Televisión Valenciana en una costosa marioneta al servicio del partido que gobernaba en la Generalitat; o al aumentar a nuestro alrededor situaciones de pobreza, desempleo y sufrimiento injustificables a la vez que se desmantelaban servicios públicos esenciales, por poner algunos ejemplos. Culpar de todo ello exclusivamente a los políticos no nos ayuda a entender el papel y la responsabilidad de otros sectores clientelares que viven en la periferia del sistema político y se alimentan del mismo. Esos mismos sectores, incapaces de asumir su papel de liderazgo social, han tratado en algunos casos de alimentar un sistema de captura de rentas mediante la aplicación de un particular capitalismo mediterráneo.

El problema es que, mientras hemos convertido a los políticos en la diana de nuestras críticas y de nuestro gigantesco malestar, hemos olvidado exigir también responsabilidades, por acción u omisión, a todas esas élites que, desaparecidas y agazapadas, tratan de presentar lo que vivimos como si fuera una catástrofe inevitable en la que no tienen responsabilidad alguna, esperando que la tormenta amaine para volver de nuevo a protagonizar las mismas actuaciones que alimentaron muchos de los graves problemas a los que ahora nos enfrentamos. Posiblemente tengamos que hacer también una revisión crítica del papel de nuestras élites, necesarias para que la sociedad avance y prospere, pero donde la construcción y defensa de intereses corporativos no vuelva a situarse por encima de los intereses y necesidades colectivos.

Mientras tanto, bueno sería que todos esos grupos que reivindican su papel entre las élites, sean capaces de comprender el momento que vivimos y su responsabilidad en la regeneración moral, en la construcción de ambición social y en su participación en el nuevo ciclo político que se avecina.