En 1883 nacía en Alicante Germán Bernácer Tormo. Sus padres poseían un pequeño comercio de «ultramarinos y artículos de caza» que se llamaba «El Gat», nombre que sesenta años después, cuando el negocio había pasado a Alfredo Llopis, se asociaría a la explosión de una armería que acabó con el edificio dieciochesco del Consolat del Mar, en la actual calle Altamira.

Germán comenzó pronto a destacar por su dedicación al estudio y por su enorme fuerza de voluntad, a la que unía su carácter distraído tal y como recordaba su hermano Julio cuando aquél se perdió en una visita al balneario de Orito mientras visitaban a su hermanita enferma. De repente, todo el mundo se alarmó. El pequeño Germán había desaparecido y los familiares gritaban su nombre por los rincones. Finalmente, apareció. Lo encontraron durmiendo plácidamente sobre la cama de una casa vecina. Muchos años después, y abundado en su gran capacidad para despistarse, su hija menor Ana María recordaba que perdieron de vista a Germán, su padre, mientras visitaban la catedral de Chartres, dándoles un gran susto mientras el economista se dedicaba a admirar los impresionantes vitrales azules de aquel increíble templo gótico.

Con catorce años, Germán Bernácer comenzaría sus estudios en la Escuela Superior de Comercio de Alicante, ubicada en el actual edificio de La Asegurada, que actualmente forma parte del MACA, estudios que combinaba con el trabajo en el negocio familiar que pasaba por ciertas dificultades. Una anécdota que se ha repetido innumerables veces cuando se ha hecho referencia a Bernácer la relata el insigne profesor Ferrándiz Casares, discípulo de Germán: «A principios de siglo, en la calle Bazán de nuestra ciudad, un quinqué irradiaba cierta fama. Al pasar junto a la casa iluminada por la débil luz, algunas personas decían: "Ahí está el chico que se pasa las noches estudiando". Y el joven, que para ayudar a los suyos había dado clases particulares durante el día, demostraba muy pronto de manera rotunda el valor que poseen unidos el esfuerzo y la inteligencia».

A los dieciocho años, con unas notas excepcionales en su haber, Germán fue nombrado profesor ayudante interino de la Escuela Superior de Comercio y, poco después, ayudante de una cátedra de extenso título: Física y Química, Historia Natural, Conocimiento y Aplicación de los productos, Comercio y Reconocimiento de Productos Comerciales, colaborando, además, en las clases de idiomas que se impartían en la Escuela. A los veintidós años obtuvo el título de profesor mercantil y la primera plaza en las oposiciones nacionales para catedrático numerario, optando el joven Bernácer por una plaza en su ciudad.

Poco después, Germán obtuvo una beca de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas que le permitiría durante casi un año estudiar en diversos países europeos, lugares en los que se fue forjando su admiración por aquellos países que iba conociendo y deseando fervientemente que su prosperidad llegara a nuestras tierras. Eran tiempos en que las jóvenes generaciones de españoles trataban de formarse con estancias en el extranjero y superar el shock que supuso la pérdida de la condición española como potencia colonial, regresando a su país con renovados ánimos para cambiarlo todo. Y Bernácer no fue una excepción.

Tal vez ese carácter despreocupado pero sistemático que hemos mencionado, unido a su modestia y sencillez, llevara a Bernácer a no promocionar convenientemente su importante obra economicista en círculos foráneos, a pesar de que dominaba varios idiomas, entre ellos el inglés. Volvemos a Ferrándiz Casares cuando señalaba sobre Germán: «Subía el hombre modesto, ignorado por la mayoría, la cuesta de Villavieja, mientras su reputación proyectaba el nombre de Alicante a Italia, Alemania, Francia y América».

Germán Bernácer, que al decir de algunos de sus estudiosos se adelantó al mismísimo Keynes en algunas de las teorías económicas de su tiempo, guardaba ciertas afinidades electivas con el profesor de Cambridge. Por ejemplo, nacieron el mismo mes y el mismo año. Y ambos defendieron en sus escritos que el sistema capitalista no tendía al pleno empleo ni al equilibrio de los factores productivos.

Bernácer y Keynes, además, formaron parte, importante, de sendos grupos de intelectuales que, a su modo y manera, revolucionaron las ciudades en que moraban: John Maynard en Londres como importante integrante del conocido grupo de Bloomsbury en aquel complejo periodo de entreguerras. Y Germán constituyendo con sus amigos lo que muchos han tildado de la Edad de Plata en Alicante, significativamente en las décadas que precedieron a una nefasta guerra civil española que puso fin a tantas cosas.

Y si es bien cierto que el Alicante de aquella época no era, ¡ay!, el Londres donde convivían fraternalmente novelistas como Virginia Woolf o Katherine Mansfield, periodistas como Clive Bell o Desmond Mc Carthy, pintores como Duncan Grant y Dora Carrington, filósofos como Bertrand Russell, literatos como Lytton Strachey, ensayistas como E. M. Forster o historiadores como un Gerald Brenan que alojó en sus diversas casas andaluzas a varios de ellos, en la tranquila y apacible ciudad provinciana alicantina, la del Casino y el Ateneo Literario, se reunieron en grupo unos intelectuales, los «amigos-hermanos» se llamaban entre ellos, todos hombres eso sí que, como hemos dicho, Alicante no era Londres, propiciando un movimiento cultural y científico verdaderamente importante. De este modo, alrededor del físico y economista Germán Bernácer, catedrático en la Escuela de Comercio alicantina y más tarde, catedrático en Madrid y uno de los dos responsables del Servicio de Estudios del Banco de España a partir de finales de 1931, se agrupaban escultores como Vicente Bañuls, escritores como Gabriel Miró, periodistas como Emilio Costa, compositores como Óscar Esplá, archiveros como Eduardo Irles, políticos republicanos como el abogado José Guardiola, arqueólogos como Figueras Pacheco, pintores como Emilio Varela o arquitectos como Juan Vidal, entre otros. Importante círculo de intelectuales que contaban con la amistad y la comprensión desde la lejanía de su paisano Rafael Altamira.

El académico Germán Bernácer, al que muchos consideran el padre de la Macroeconomía y que da nombre a un importante premio europeo, legó a lo largo de sus fecundos años de actividad intelectual varios libros fundamentales, comenzando con la preparación en su etapa de formación economicista de Sociedad y felicidad. Ensayo de Mecánica Social (1916). Más tarde llegarían obras capitales en la labor del teórico español de la economía más importante de la primera mitad del siglo XX: Interés del capital (1925), La doctrina funcional del dinero (1945 y 1956), que tuvo una reedición en inglés en 2009, La doctrina del gran espacio económico (1953), Una economía libre sin crisis y sin paro (1955), o España y las comunidades económicas europeas (1961), tan solo cuatro años antes de su fallecimiento, un 22 de mayo de 1965, ya jubilado del Banco de España, en su chalé Belvedere de la Playa de San Juan alicantina. Murió mirando al mar, a su mar, como diría Sánchez Monllor, uno de sus lugares de reposo favoritos junto a las laderas de la sierra Aitana donde tantos gratos momentos compartiría con su familia y con cuatro de sus íntimos amigos, Gabriel Miró, Óscar Esplá, Juan Vidal y Emilio Varela, todos amantes y descriptores de unos parajes sublimes.

En el verano de 2014 el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert dedicó a la memoria de Bernácer un justo homenaje con la publicación de un monográfico consagrado a su personalidad y a la de aquellos sus «amigos-hermanos» que le acompañaron en su devenir intelectual y que tanto hicieron por mejorar la vida cultural en una pequeña capital, Germán Bernácer y la Edad de Plata en Alicante. Un número de la revista Canelobre, el sesenta y tres, en el que colaboraron un importante grupo de profesores e intelectuales, conocedores y admiradores de su vida y de su obra. Una extensa obra formada por libros y centenares de artículos que los interesados pueden estudiar en el legado de sus hijos que se conserva en la Universidad de Alicante, en cuyo campus, además, un moderno edificio que acoge la Escuela de Empresariales lleva su nombre para reivindicar su memoria.

Una buena manera de finalizar este modesto pero sentido homenaje a Germán Bernácer, uno es historiador y la economía nunca ha sido uno de mis puntos fuertes, sería citando unas palabras que definen perfectamente su carácter y bonhomía, siempre pensando en la felicidad, especialmente en la de los demás: «La libertad, la eficacia, la justicia y la paz son los cuatro pilares sociales sobre los cuales debe asentarse la dicha de los hombres».