¿Cuántas veces hemos oído la frase de que hay que poner los pies sobre la tierra? En realidad no hemos sido conscientes de que «literalmente» es una verdad «como un templo» y tiene toda la razón: somos seres terrestres y de la tierra depende nuestra existencia. Por este motivo, la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha denominado 2015 como el Año Internacional del Suelo. Así, en la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente de este año, 5 de junio, debemos hablar, más que nunca, y «volver la mirada» hacia el suelo, ese gran desconocido.

El suelo es la capa superior de la corteza terrestre que está compuesto por partículas minerales, materia orgánica, agua, aire y organismos vivos. Es la interfaz entre la corteza terrestre (litosfera), el aire (atmósfera), el agua (hidrosfera) y los seres vivos (biosfera). Es un recurso vital que está sometido a una presión cada vez mayor por parte del hombre y para poder garantizar un desarrollo sostenible es necesario conocerlo y protegerlo. Sólo protegemos lo que amamos, y sólo amamos lo que conocemos. Los recursos naturales pueden ser renovables o no renovables y en el caso del suelo, se puede considerar como un recurso natural no renovable a escala humana. No debemos olvidar que es «im-pres-cin-di-ble» para la vida en el planeta y la sostenibilidad de los ecosistemas, ya que desempeña funciones y servicios ambientales, además de ser clave para la agricultura y la seguridad alimentaria.

Es sabido que las plantas están estrechamente ligadas al suelo porque es su suministro de nutrientes y la consiguiente producción de alimentos, forrajes y fibras. Las aguas también dependen del medio edáfico, ya que ejerce funciones vitales de captación, almacenamiento y, por otro lado, también mejora la calidad del suelo y proporciona el abastecimiento de agua limpia para los seres vivos. En estos tiempos, en los que existe una gran polémica y preocupación sobre el cambio climático y la presencia de dióxido de carbono en la atmósfera, conviene recordar que el suelo es fundamental para captar dicho dióxido de carbono y al mismo tiempo actúa como reserva de carbono orgánico. En el suelo encontramos todo un ecosistema vivo y se calcula que reside más del 25% de la biodiversidad del planeta. En este hábitat encontramos animales (microfauna) y microorganismos que intervienen en ciclos biogeoquímicos fundamentales tanto para la vida vegetal como la animal, ciclos que nos permiten obtener elementos necesarios y que sólo llegan a nosotros a través del suelo. Pero siendo muy importante lo indicado, no debemos de perder de vista que además es el lugar que soporta nuestras actividades y nos suministra materias primas. Además, es el lugar que acoge y conserva la herencia de actividades humanas del pasado, nuestra historia: los suelos hablan de los todos los pueblos que se desarrollaron antaño.

En el día mundial del medio ambiente no podemos olvidar a nuestro gran aliado, el suelo; debemos cuidarlo y mantenerlo. Sin embargo, lo sometemos a una degradación relativamente rápida y lo estamos perdiendo sin tener en cuenta que su formación y regeneración son extremadamente lentas (aproximadamente se necesitan 1.000 años para que se forme 1 centímetro de suelo). El hombre es la principal amenaza del suelo: la contaminación, el sellado mediante hormigón y cemento, la compactación, la erosión, la acidificación, la pérdida de nutrientes y materia orgánica, la acumulación de sales, etcétera. Con todas estas acciones estamos consiguiendo perder suelo útil y fértil, lo que implica que nos veamos seriamente afectados por la disminución de la biodiversidad.

Tenemos que ser conscientes de que la superficie de suelo disponible para producir alimentos es limitada y la población en el planeta crece. Si el suelo se degrada y lo perdemos, su capacidad total para realizar sus funciones de producción de alimentos y para sostén de la vida se ve reducida. Los suelos sanos no sólo constituyen la base para los alimentos, combustibles, fibras y productos médicos, sino que también son esenciales para nuestros ecosistemas, desempeñando un papel fundamental en el ciclo del carbono, almacenando y filtrando el agua, y mejorando la resiliencia ante inundaciones y sequías. Por lo tanto, la prevención, la cautela y la concienciación han de ser los pilares centrales de las políticas de protección de suelos que nos llevarán a una gestión sostenible del suelo. A no ser que se adopten nuevas medidas, la superficie mundial de tierra cultivable y productiva por persona en 2050 equivaldrá a solo una cuarta parte del nivel de 1960. ¡Esto es insostenible para nuestra supervivencia!

Este recurso casi olvidado precisa, más que ningún otro, de una urgente gestión que lo haga sostenible, tal y como indica Naciones Unidas: «el suelo es necesario para lograr la seguridad alimentaria y la nutrición, la adaptación y la mitigación del cambio climático y el desarrollo sostenible en general». Como seres humanos y como el resto de especies de la tierra, no podemos prescindir del suelo: ¡Sin suelo no hay vida! ¡Pongamos los pies sobre la tierra y seamos sensatos con el medio ambiente!