Tras la muerte de Franco el veinte de noviembre de 1.975, Juan Carlos I fue proclamado Rey en un contexto político de gran incertidumbre, iniciándose entonces un complejo proceso de transición que llevaría de la dictadura a un sistema democrático. En junio de 1.977 se celebraron las primeras elecciones democráticas desde la Segunda República. Jóvenes políticos como Adolfo Suárez, Felipe González y otros, algo menos jóvenes, como Manuel Fraga y Jordi Pujol, irrumpieron en nuestra vida cotidiana.

Han pasado desde entonces casi cuarenta años, pero parece que fue ayer. Desde entonces, en nuestras vidas han sucedido muchas cosas, pero por otra parte, parece que todo ha ido demasiado rápido, que todo ha sido como un sueño fugaz.

Y hoy miramos el panorama electoral y esta lleno de nuevas caras. Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias, Alberto Garzón, y otros muchos. Gente joven, con ganas y empuje y de todos las vertientes políticas. Nuestro rey también ha cambiado y oímos y leemos que «un joven sobradamente preparado» ocupa la corona de España.

Corre el tiempo, pasa el tiempo, que según la definición de algunos diccionarios, es una magnitud física con la que medimos la duración de los acontecimientos de nuestra vida que están sujetos a algún cambio.

El tiempo es misterioso y sorprendente, contradictorio y relativo, complejo y profundo, subjetivo e implacable. Hay veces en que disfrutando un momento, el tiempo es tan veloz que parece un instante. Y otras, cuando atravesamos estados de pesar, desanimo o tristeza, el tiempo se mueve con desesperante lentitud, como también sucede esas otras veces en que ponemos toda nuestra atención en él, deseando que pase más rápido.

En definitiva, hay ocasiones en que parece que el tiempo va mas rápido o mas lento de lo que quisiéramos, y esos pensamientos pueden provocarnos emociones negativas como ansiedad y estrés.

También resulta curioso como a medida que crecemos tenemos la sensación de que pasa demasiado deprisa, de que algo se nos escapa.

Como también, a veces podemos tener el sentimiento de que lo vivido hasta el momento no es satisfactorio o significativo.

Que hay algo que deberíamos haber hecho y aun no lo hemos realizado.

Y puede que así sea, pero mientras lo buscamos, pensemos que estamos en un proceso de crecimiento y aprendizaje, dejémonos sorprender por la vida, y ofrezcamos nuestra experiencia a las nuevas generaciones lo cual nos ayudará a sentirnos útiles y valiosos.

Conforme cumplimos años nuestra mirada debería ser más serena y tranquila cambiando la perspectiva de las cosas, y teniendo mas claro lo que es importante y lo que no lo es, así como relativizar más, y ser más tolerantes. Aprendamos del conocimiento y la experiencia de los mayores, seamos buenos observadores, preguntemos, escuchemos, aceptemos las críticas.

Para lo cual, debemos vivir intensamente, y esforzarnos por encontrar la felicidad, mezclarnos con la vida, experimentar, aprender, buscar siempre caminos mejores, nuevas rutas, ocuparnos y entusiasmarnos total y exclusivamente en cada instante en el que nos hallemos inmersos.

Aprender a vivir con plenitud todos los instantes tratándolos como momentos mágicos, como milagros que se han dispuesto para disfrutarlos, y ser capaces de gestionar el tiempo poniéndolo al servicio de nuestras vidas, y preguntándonos que es lo verdaderamente importante para nosotros que nos hará convertir el tiempo en un aliado que nos aportará crecimiento personal y transformación mental, sin verlo como un enemigo sino como un compañero que nos lleva de la mano hasta encontrar cual es el sentido y el propósito de nuestra vida, íntegra y completa, con el paso del tiempo y buscando todo ello en nuestro interior.

Aprendamos, pues del paso del tiempo.

Aceptándolo, adaptándonos.

Buscando, a través de él, ser más conscientes de lo que somos.

Y de lo que deberíamos ser.