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Francisco Esquivel

La vara de medir

Quién iba a decirle a Rita cuando paseaba tan ricamente por los jardines de la Moncloa del brazo del anfitrión que uno, que fue de los suyos, celebraría el ascenso al trono de Catral parodiándola con un terno propio de la ex y un collar de perlas y todo. No creo que cupiera en su cabeza. Y para más inri, el chouman de la Vega se apellida Zaplana, lo que provocaría un cierto regustillo en el propio Eduardo. Sí, porque una de las virtudes de Barberá y de la forma de ejercer que representa es la de haber dejado tras de sí una política de tierra achicharrada. No ya es que no se acercara por las Hogueras es que tampoco mostró un mínimo de generosidad para confraternizar con los municipios pequeños del cinturón... metropolitano, claro está.

Escoger a Rita como paradigma de la arrogancia que las urnas mandaron a freír espárragos es porque, a diferencia de otros galanes, estuvo en las Corts, donde también debió tragarse lo suyo. Antes que Fabra, representa los vicios padecidos. Esos contra los que los nuevos gobernantes han desenfundado. Por lo que se han encontrado y por la novedad de cómo han de encarar la gestión, fácil no va a estar. Al frente un Ximo Puig afable, templado y tan rocoso que ha sobrevivido en su partido, con una copiloto sin freno como Oltra pese a la velocidad adquirida, acompañados desde boxes por estos de Podemos que, cuando brinquen, no sabes a qué irán. La mezcla tiene potencial. Lo viejo, lo nuevo y lo mediopensionista, dispuestos a dar con la tecla para que el invento no estalle. Las prioridades pasan por la reconstrucción de lo dinamitado y, el método, obrar el milagro sin apenas posibles. El president, que estaba con Lerma en el Palau cuando éste saltó, tiene la ventaja de que, al reinar el escepticismo, nadie caerá como entonces en el desencanto. Y conoce cuál será la vara de medir. Tonterías, ninguna.

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